
💦 Bienvenidos a un nuevo capítulo de mi historia, "Crónicas del Dios del Océano".
Soy Persephone, y hoy les presento el capítulo veintiuno de esta nueva aventura, donde exploraremos el pasado de Poseidón, y descubriremos todas las vivencias que lo forjaron como el majestuoso Dios del Océano que conocemos.
¡Los invito a acompañarme en este emocionante viaje!
Información Importante: Estuve teniendo problemas con publicar en GT Arcade, así que bajaré varios capítulos seguidos para que sigan con el orden! Gracias por comprender.
💦 Resumen del anterior capítulo: “El Juicio de los Faros III”
El sacrificio de Hestia y Poseidón desata una ola de memorias que inunda la ciudad sin nombre, obligando tanto a dioses como a mortales a enfrentar sus heridas más profundas. Zeus se rebela contra sus propios recuerdos de vulnerabilidad infantil, pero los espejos lo confrontan con la verdad que intenta negar. Atenea, en cambio, descubre que detrás de su sabiduría y victorias solo habita una soledad inquebrantable, y al aceptarla logra transformar su dolor en vínculo silencioso con quienes confían en ella.
Los mortales también atraviesan su propio juicio: algunos se quiebran ante sus culpas, mientras otros encuentran redención y fuerza en la aceptación de sus errores. La entidad del Olvido extiende su advertencia: aceptar la verdad otorga trascendencia, pero negarla condena a prisión eterna.
Mientras la luz se intensifica y las visiones muestran futuros imposibles y devastadores, queda claro que el sacrificio de Hestia y Poseidón solo fue el inicio. El juicio aún no ha terminado, y un segundo precio está a punto de ser reclamado.
💦 Capítulo 21: “El Precio de las Memorias”
El fulgor de los faros había alcanzado un punto insoportable. Cada espejo vibraba como si fuera a estallar, y aun así resistía, multiplicando rostros, heridas y pasados en un laberinto infinito. La ciudad sin nombre parecía un corazón desbordado, latiendo demasiado rápido, demasiado fuerte, como si estuviera a punto de romperse bajo el peso de la memoria.
Zeus permanecía en el centro de la tormenta. Su cetro ardía con un rayo que no terminaba de caer, suspendido entre su deseo de afirmarse como soberano y el miedo de ser reducido al niño indefenso que alguna vez fue. Los fragmentos de los espejos no mentían: en cada uno, su reflejo infantil temblaba, cubierto por la sombra de Cronos y protegido apenas por la desesperación de Rea. Su grandeza, su imperio sobre titanes y hombres, se desmoronaba ante ese origen innegable.
—Yo no soy esto… —murmuró, aunque su voz se quebró con el eco de la duda.
El silencio de los mortales lo envolvió. Habían visto a su dios del trueno reducido a la fragilidad más básica. Y fue allí cuando comprendieron que ningún poder estaba exento del juicio de la memoria. Algunos se sintieron devastados, como si el universo entero estuviera condenado a la misma debilidad. Otros, en cambio, vieron una grieta luminosa en aquel instante: si hasta Zeus podía aceptar la fragilidad, ellos también podían transformar sus cicatrices en fuerza.
Las memorias no eran ya simples reflejos de lo pasado; se estaban convirtiendo en algo más. Los espejos comenzaron a mostrar futuros enredados con el recuerdo. Una madre vio a su hijo muerto renacer en un mañana imposible; un anciano observó su juventud intacta, como si los años hubieran sido borrados; un soldado se descubrió con las manos limpias, sin la sangre que lo atormentaba. Era un regalo cruel: no solo debían aceptar el pasado, ahora tenían que elegir qué conservar y qué dejar morir para siempre.
La entidad del Olvido, aún debilitada por el sacrificio de Hestia y Poseidón, se alzó con un murmullo que impregnó cada rincón de la ciudad:
—El primer precio fue mirar. El segundo, aceptar. Pero el tercero es el más cruel: decidir qué memoria merece sobrevivir, y cuál será condenada al olvido eterno.
Los mortales se miraron unos a otros con horror. ¿Quién podía elegir entre recuerdos? ¿Cómo borrar el rostro de un hijo, aunque su recuerdo doliera? ¿Cómo soltar la traición que les había marcado, si esa herida era también parte de quienes eran? La elección era un filo más afilado que cualquier espada.
Atenea se adelantó unos pasos, su rostro sereno pero marcado por la lágrima que aún brillaba en su mejilla. Había aceptado su soledad, pero ahora debía enfrentar otro dilema: ¿debía conservar el recuerdo de tantas batallas y victorias, aun sabiendo que cada una la había aislado más? ¿O debía dejar que se desvanecieran, arriesgándose a perder la esencia de lo que la definía?
Zeus, por su parte, cerró los ojos y escuchó los ecos de su infancia. Podía borrar el miedo, arrancar de raíz ese recuerdo de Cronos y del terror de ser devorado. Podía construirse a sí mismo sin esa debilidad. Pero en lo más hondo comprendía que, si lo hacía, también perdería la chispa de humanidad que lo conectaba con quienes lo seguían. La fragilidad, por dolorosa que fuera, lo hacía más que un tirano de rayos: lo hacía real.
—No puedo borrar lo que me sostiene —susurró con un temblor que ni los truenos pudieron ocultar—. La fragilidad también es mi origen.
Sus palabras resonaron como un golpe seco entre los espejos. Algunos mortales lo imitaron: una mujer decidió conservar el recuerdo de su pérdida, aun cuando le doliera cada día, porque era lo que le daba la fuerza para abrazar a otros. Un soldado eligió mantener la visión de los muertos que había causado, no para atormentarse, sino para cargar con el juramento de proteger a los vivos. Otros, sin embargo, eligieron diferente: un anciano soltó la memoria de una traición que lo había consumido por décadas, y al hacerlo su rostro se iluminó como si la sombra que lo acompañaba hubiera desaparecido.
La ciudad entera se convirtió en un campo de decisiones. Cada faro ardía con memorias que se apagaban o permanecían, y cada mortal quedaba marcado por el peso de su elección. Un murmullo colectivo se elevó, mitad llanto, mitad himno, mientras el dolor y la esperanza se entrelazaban en una sinfonía irrepetible.
La entidad del Olvido se estremeció. Su cuerpo de sombra líquida se expandió sobre los templos y torres, alimentándose de cada memoria entregada. Con cada recuerdo borrado, su voz se hacía más fuerte. Con cada recuerdo conservado, su forma temblaba, como si estuviera siendo desgarrada por dentro.
—El juicio no es mío… —susurró la sombra con voz multiplicada—. El juicio es de ustedes. Yo solo recojo lo que entregan.
Hestia y Poseidón, aún fundidos en su esencia de fuego y agua, se miraron con gravedad. Ellos habían abierto el camino, pero entendían ahora la magnitud del sacrificio. El precio no era un único acto, sino una cadena que alcanzaba a todos: dioses, mortales y entidades por igual. La memoria no se podía extinguir sin consecuencias.
Atenea abrió los ojos al fin y levantó su voz:
—Recordar no es cargar con todo. Recordar es elegir. El que se niegue a decidir se perderá en el abismo.
Sus palabras encendieron los espejos con un fulgor nuevo. No eran solo imágenes del pasado ni visiones de futuros imposibles: eran llamas que ardían según las decisiones de cada uno. La ciudad misma parecía escuchar, como si esperara que todos se definieran en ese instante.
Pero con cada elección tomada, una grieta se abría más honda en los cimientos de la ciudad. Era como si la urdimbre del lugar no soportara el peso de tantas memorias seleccionadas, de tantas verdades aceptadas o rechazadas. Los templos comenzaron a temblar, las torres a crujir. El juicio avanzaba hacia un desenlace ineludible.
Zeus alzó su cetro, no como un arma, sino como símbolo de lo que había aceptado.
—Que el trueno conserve mi fragilidad. Prefiero ser un dios incompleto que un tirano vacío.
Los mortales respondieron con un rugido colectivo, cada voz impregnada de su propia decisión. El eco del sacrificio inicial se transformó en un canto compartido. La memoria ya no era una prisión, sino un campo de batalla donde cada alma debía definirse.
En lo alto, los faros ardieron una última vez con la intensidad de mil soles. Y en ese instante quedó claro que el juicio aún no había terminado. Recordar y elegir era apenas el umbral: el precio final estaba todavía más allá, aguardando en la oscuridad que se cerraba sobre ellos como un océano sin fondo.
El segundo precio había sido pagado. El tercero estaba a punto de nacer.
💦 En el próximo capítulo de "Crónicas del Dios del Océano"...
La ciudad sin nombre se quebrará bajo el peso de las decisiones tomadas, y el juicio revelará su verdadero rostro. Los dioses descubrirán que no basta con aceptar ni elegir: deberán sacrificar aquello que más valoran para que las memorias puedan sostener un nuevo destino. Entre ruinas y revelaciones, Zeus, Atenea y los mortales enfrentarán el precio final, donde no todos estarán dispuestos a pagar.
¡No se lo pierdan la próxima semana!
Muchas gracias por su tiempo y apoyo,
Los estaré viendo cada semana con un capítulo nuevo.
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