"El Eco de las Fracturas" [Capítulo 64] La Última Sanadora - Infinity Kingdom

🌸 Muy buenas tardes, ¡bienvenidos a un nuevo capítulo de mi historia, "La Última Sanadora"!

Soy Persephone, y hoy tengo el placer de presentarles el capítulo sesenta y cuatro que se enfoca en Teodora, sus aventuras y su evolución para convertirse en la más destacada curandera de los últimos tiempos. 

¡Acompáñenme en este emocionante capítulo!

Información Importante: Estuve teniendo problemas con publicar en GT Arcade, así que bajaré varios capítulos seguidos para que sigan con el orden! Gracias por comprender.

🌸 Resumen del anterior capítulo: “La Torre de Huesos”

El grupo enfrenta al guardián de la torre, un enemigo que no solo los ataca con raíces y sombras, sino que también pone a prueba su unidad. Manco Cápac y Atenea discuten por la estrategia, mientras Khubilai exige que Teodora use su poder de forma distinta. La sanadora, atrapada entre voces contradictorias, decide actuar por sí misma y refuerza al grupo con un estallido de luz, revelando que la verdadera prueba es su capacidad de luchar unidos.

Con la ayuda de Lucasta, canaliza su energía en un fuego blanco que logra quebrar la máscara del guardián. Aunque no es derrotado, reconoce la fuerza del grupo y les advierte que su mayor amenaza es la fractura interna que aún los divide. Antes de desvanecerse, deja atrás una lanza plateada como prueba de la prueba superada.

El silencio posterior no trae alivio, pues la tensión entre Manco y Teodora persiste. El grupo comprende que la unidad es su única esperanza contra el culto, pero todavía no logran alcanzarla por completo. Con la torre temblando y la niebla aguardando afuera, toman la lanza y se preparan para el siguiente paso hacia el corazón de la oscuridad.

🌸 Capítulo 64: “El Eco de las Fracturas”

La torre no dejó de estremecerse, como si cada latido de piedra quisiera recordarles que no estaban a salvo. La lanza plateada brillaba tenuemente en el centro de la sala, pulsando al ritmo de un corazón extraño. Teodora la observaba con recelo, consciente de que aquel objeto era más que un simple trofeo: era un recordatorio del guardián, de su advertencia, de la herida que aún dividía al grupo.

Manco Cápac recogió la lanza sin mirarla a los ojos. Sus dedos se cerraron en torno al asta con un gesto brusco, casi de rabia.

—No podemos perder más tiempo —dijo con dureza—. El culto no nos esperará a que resolvamos nuestras dudas.

Teodora apretó los labios. Quiso responder, pero Atenea se adelantó, firme como un muro.

—Si llevas esa actitud al frente, no llegarás muy lejos. El guardián tenía razón. Seguimos luchando cada uno por separado, y eso nos hará caer.

El silencio se alargó como una cuerda tensa. Khubilai, aún sudando por el esfuerzo, se apoyó en sus rodillas y murmuró:

—La torre no era nuestro enemigo. Era un espejo. Y lo que refleja no me gusta.

Lucasta alzó la cabeza, sus ojos dorados recorriendo a cada uno. El dragón resopló un humo claro, como si quisiera calmar los ánimos. Teodora apoyó la mano en su cuello y, por un instante, sintió que aquella criatura era la única que la comprendía.

Atenea dio un paso hacia la salida.

—Discutiremos después. La niebla afuera se mueve. Algo más nos espera.

La puerta de piedra se abrió con un gemido. Un viento helado entró, arrastrando con él jirones de oscuridad. El grupo descendió en silencio, cada paso acompañado por el eco de sus tensiones.

El exterior de la torre era un mar de niebla que se agitaba con violencia. Sombras deformes caminaban entre ella, figuras sin rostro que se deshacían al acercarse demasiado a la luz. El suelo mismo parecía líquido, como si la tierra hubiera perdido consistencia.

De repente, una voz surgió entre la bruma. No era un rugido ni un grito, sino un susurro múltiple, como cientos de lenguas repitiendo la misma palabra:

—Fractura…

Teodora sintió que el corazón se le encogía. La advertencia del guardián no los había seguido en su memoria: se había materializado en aquel lugar.

Las sombras se arremolinaron, tomando forma de un círculo alrededor del grupo. Atenea levantó su escudo, Manco alzó la lanza recién ganada y Khubilai invocó a sus lobos espectrales, aunque más débiles que antes. Lucasta desplegó las alas, y el aire se llenó de brasas doradas.

—Esto es una trampa —gruñó Manco—. ¡No podemos caer aquí!

—No es una trampa —corrigió Teodora, con un nudo en la garganta—. Es otra prueba… una que depende de nosotros, no de lo que enfrentamos.

Las figuras de niebla comenzaron a solidificarse, adoptando sus propios rostros. Frente a Atenea apareció una versión de sí misma, con la armadura ennegrecida y el escudo roto. Frente a Manco, un guerrero idéntico, pero con los ojos llenos de odio. Khubilai se vio frente a un mongol espectral encadenado, y Teodora… Teodora vio a otra sanadora, de mirada apagada, incapaz de sostener la luz en sus manos.

—Son nosotros —susurró ella.

Las copias se lanzaron al ataque. El suelo vibró con el choque de armas y aullidos. El doble de Manco golpeaba con una furia inhumana, cada embate un reflejo de la rabia que aún lo dominaba. El de Atenea levantaba el escudo roto, no para proteger, sino para golpear sin descanso.

Teodora esquivó el ataque de su doble, que la observaba con unos ojos vacíos, como si encarnara el miedo a fallar. Cada movimiento de aquella sombra le recordaba sus dudas, su indecisión, su temor a no estar a la altura.

—No puedes salvarlos —le susurró su réplica, avanzando con pasos firmes—. Dudarás de nuevo, y esta vez caerán todos por tu culpa.

El aliento de Teodora se cortó, pero Lucasta rugió detrás de ella, derribando con fuego blanco a varias sombras menores. El dragón le transmitió su calor, un recordatorio de que no estaba sola.

—¡No somos estas fracturas! —gritó Atenea, bloqueando el golpe de su doble y arrojándola hacia atrás—. ¡Somos más que nuestros miedos!

Sus palabras resonaron en la niebla, debilitando las figuras por un instante. Teodora lo entendió: no bastaba con luchar contra esas sombras, debían aceptarlas.

Se plantó frente a su doble y, en vez de atacar, extendió la mano.

—Sí, dudo… pero eso no me hace débil. Me hace humana. Y aún así, sigo adelante.

La réplica titubeó, la luz de Teodora atravesándola como un rayo. Luego se deshizo en humo, dejando tras de sí un resplandor dorado que se fundió en la sanadora.

El ejemplo se extendió. Khubilai arrancó las cadenas de su doble, aceptando su propia carga. Atenea abrazó la imagen de su escudo roto, recordando que su fuerza no residía solo en la perfección, sino en la resistencia.

Manco, en cambio, forcejeaba con su réplica, golpeando con rabia. Su copia resistía, alimentada por esa misma ira. Atenea corrió hacia él y gritó:

—¡Déjalo ir! ¡No puedes vencerlo peleando con el mismo odio!

Manco alzó la lanza, temblando. Durante un instante, Teodora creyó que se negaría. Pero al final soltó un rugido, hundiendo el arma en el suelo y dejando que la furia se disipara. Su réplica lo imitó, y luego se deshizo como las demás.

La niebla se abrió. Las sombras desaparecieron una a una, hasta que solo quedaron los cinco: Teodora, Atenea, Khubilai, Manco y Lucasta. Exhaustos, pero enteros.

El silencio cayó de nuevo. Esta vez, no era vacío: era un silencio de alivio.

Teodora respiró hondo y murmuró:

—El guardián tenía razón. La fractura sigue ahí, pero hemos empezado a cerrarla.

Atenea asintió. Manco no respondió, aunque su mirada hacia la sanadora era distinta: menos dura, más contenida.

La niebla, que antes los cercaba, comenzó a abrirse hacia un sendero desconocido. Lucasta avanzó primero, iluminando con su fuego el camino.

Y el grupo, por primera vez en mucho tiempo, dio un paso unido.

¡Hasta aquí llegamos con éste capítulo de esta Historia de Aventuras!

Espero que les haya entretenido y esperen con ansias el próximo capítulo la semana que viene.

Muchas gracias por su tiempo y apoyo,

Los estaré viendo cada semana con un capítulo nuevo.

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