"La Fosa del Pacto Roto" [Capítulo 3] Crónicas del Dios del Oceáno - Infinity Kingdom

💦 Bienvenidos a un nuevo capítulo de mi historia, "Crónicas del Dios del Océano".

Soy Persephone, y hoy me llena de emoción presentarles el tercer capítulo de esta nueva aventura, donde exploraremos el pasado y presente de Poseidón, y descubriremos todas las vivencias que lo forjaron como el majestuoso Dios del Océano que conocemos.

¡Los invito a acompañarme en este emocionante inicio de su viaje! 

💦 Resumen del anterior capítulo: “Las Profundidades que Susurran”

En este capítulo, Poseidón se adentra en las profundidades del océano montado en su hipocampo, guiado por una intuición creciente de que la aparente calma del mar oculta verdades más complejas. Al internarse en las regiones abisales, descubre una sima donde es confrontado por Néreus, una criatura ancestral que lo somete a una prueba espiritual y simbólica. En lugar de enfrentarlo con violencia, el joven dios acepta el desafío de aprender, recibiendo visiones del pasado del océano: guerras olvidadas, pactos antiguos y el inmenso poder que yace en el corazón del mar. Néreus le entrega una perla negra como símbolo de esa aceptación inicial, y al tocarla con su tridente, Poseidón despierta un eco del poder marino, siendo aceptado no como rey, sino como aprendiz del océano.

Al regresar a la superficie, Poseidón contempla el mar con nuevos ojos, comprendiendo su complejidad y diversidad. Reconoce que no se trata de gobernar desde un trono, sino de integrarse a las mareas y escuchar sus múltiples lenguajes. Con la perla negra como guía, promete aprender de las aguas, sin pretender dominarlas, y deja atrás su visión ingenua del poder divino. La noche lo envuelve mientras el mar responde con un ritmo sutil, como si aceptara su promesa. Así comienza el verdadero camino de Poseidón: no como un conquistador, sino como discípulo de una fuerza tan antigua como el tiempo.

💦 Capítulo 3: “La Fosa del Pacto Roto”

Las aguas cambiaron. Primero fue el color —de un azul profundo a un gris turbio—, luego la temperatura, que descendió bruscamente como si el océano exhalara el aliento de una tumba. Poseidón sintió que el peso del mar aumentaba a su alrededor, no por la presión física, sino por otra carga, invisible, que lo envolvía como un manto de recuerdos ahogados.

Había dejado atrás los arrecifes vivos y las corrientes cantantes. Ahora se adentraba en una región que no figuraba en mapas ni en las memorias de los dioses: una grieta insondable que se abría como una herida negra en la piel del mundo. Néreus le había hablado en sueños de ese lugar: la Fosa del Pacto Roto.

El silencio allí era absoluto. Ni siquiera los latidos del mar lo acompañaban. No había peces, ni corales, ni luz. Solo oscuridad, vasta y expectante. La perla negra que colgaba de su cuello se agitó, como si temblara. El tridente, ahora más pesado, parecía resistirse al avance. Pero Poseidón continuó. Porque en lo más hondo de su pecho, algo lo llamaba. No con palabras. Con ira.

Entonces lo sintió.

No un movimiento, sino una presencia. Era como si la propia oscuridad se despertara, removiéndose con lentitud después de un sueño demasiado largo. De las sombras emergió una criatura que desafiaba toda forma conocida. Su cuerpo estaba compuesto por fragmentos del caos: tentáculos que destilaban oscuridad líquida, ojos que se multiplicaban y desaparecían, escamas que cambiaban de color con cada pensamiento. Era más antiguo que el tiempo, más viejo que las mareas. Y estaba furioso.

Una voz resonó, no fuera de él, sino dentro de su mente:

“Han pasado eones desde que el pacto fue quebrado. Milenios desde que fui condenado al olvido. ¿Y ahora tú, joven chispa de Olimpo, vienes a contemplar lo que traicionaron?”

Poseidón sostuvo el tridente con ambas manos. El miedo era real. No a morir —los dioses no temían eso— sino a no ser suficiente. A no estar a la altura del mar mismo.

—No fui parte de esa traición —dijo con voz firme, aunque su cuerpo temblaba—. Pero sí soy parte del mar. Y si hay una deuda antigua, quiero entenderla. Quiero asumirla.

“¿Asumirla?” El monstruo rio, una risa que burbujeó como marea de sangre. “¿Acaso puedes cargar sobre tus hombros la promesa que los dioses abandonaron? El pacto era simple: proteger la simiente de la creación en las profundidades. Pero el Olimpo ascendió, y nosotros… fuimos enterrados.”

De entre sus tentáculos surgió un fragmento de piedra brillante. Una runa. Una marca de aquel pacto olvidado, aún palpitante de poder antiguo.

“Este sello... fue hecho con sangre de estrellas. Rómpelo, y me liberarás. Déjalo donde yace, y seguiré esperando. Pero no volverás con vida.”

La decisión quemó en el pecho de Poseidón. No había respuesta correcta. Si liberaba a esa criatura, podía desatar un caos primigenio que los océanos no soportarían. Si la dejaba prisionera, perpetuaría el abandono de los suyos.

—No fui yo quien firmó ese pacto —dijo al fin—. Pero yo soy quien está aquí ahora. Y haré algo distinto: no romperé el sello, ni lo ignoraré. Lo asumiré.

Y al decirlo, hundió el tridente en la roca marina, no para destruir la runa, sino para conectarse con ella. La energía lo recorrió como una tormenta en el alma. El mar gritó. La criatura rugió.

“¡No puedes cargar con esto! ¡Te destruirá!”

Pero Poseidón no soltó el arma. Lo que emergió de la conexión no fue destrucción, sino entendimiento: imágenes de un tiempo en que los dioses y las criaturas del abismo coexistían; de cómo, al elevar sus tronos, los olímpicos sellaron a los seres del caos por miedo. La criatura ante él no era solo furia. Era memoria, era dolor antiguo que nadie había querido mirar.

—Yo te recordaré —dijo al fin, con los ojos llenos de lágrimas saladas—. No como monstruo. Como parte del mar. Serás mi carga… y mi maestra.

Y con ese juramento, la criatura se disolvió lentamente en corrientes oscuras. No destruida, no liberada: aceptada. El sello se fundió con el tridente, que ahora resplandecía con una nueva luz: un destello violáceo que hablaba de equilibrio entre caos y orden.

Poseidón emergió de la fosa lentamente. La presión desapareció. El mar respiró con él.

El hipocampo lo esperaba en las capas medias, nervioso. Cuando el joven dios volvió a montarlo, el mar pareció distinto. No más ligero, no más seguro… pero más sincero. Ya no ocultaba su pasado.

Esa noche, en la playa de los comienzos, Poseidón dibujó un símbolo en la arena: el de la runa que ahora ardía en su tridente.

Y susurró al viento:

—No gobernaré este mar. Lo cargaré conmigo.

El mar no respondió.

Pero en lo profundo, la criatura ancestral lo observaba.

Y, por primera vez en eras, no sentía ira.

Sentía… esperanza.

¡Hasta aquí llegamos con éste capítulo de esta Historia de Aventuras!

Espero que les haya entretenido y esperen con ansias el próximo capítulo la semana que viene.

💦 En el próximo capítulo de "Crónicas del Dios del Océano"...

Los vientos del este traen presagios de tormenta. Poseidón, marcado por la runa del pacto ancestral, deberá enfrentar no un enemigo, sino el juicio de sus iguales. El Olimpo ha sentido el eco de su decisión, y no todos los dioses ven con buenos ojos que un joven aprendiz se atreva a pactar con el abismo.

Guiado por sueños fragmentados y voces que susurran desde la espuma, Poseidón viajará hasta un mar olvidado donde los antiguos templos de los titanes aún respiran entre algas y ruinas. Allí lo esperan respuestas… y advertencias.

¿Puede un dios ser puente entre la luz del cielo y la oscuridad del lecho marino?

¿O está destinado a ser tragado por ambos mundos?

¡No se lo pierdan la próxima semana!

Muchas gracias por su tiempo y apoyo,

Los estaré viendo cada semana con un capítulo nuevo.

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