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"Bajo la Tierra que Respira" [Capítulo 76] La Última Sanadora - Infinity Kingdom

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Article Publish : 12/05/2025 01:35
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🌸 Muy buenas tardes, ¡bienvenidos a un nuevo capítulo de mi historia, "La Última Sanadora"!

Soy Persephone, y hoy tengo el placer de presentarles el capítulo setenta y seis que se enfoca en Teodora, sus aventuras y su evolución para convertirse en la más destacada curandera de los últimos tiempos. 

¡Acompáñenme en este emocionante capítulo!


🌸 Resumen del anterior capítulo: La Sombra que se Lleva la Luz

El grupo queda en tensión tras la desaparición del hilo de sombra, percibiendo un susurro extraño que parece provenir del propio abismo. Teodora, exhausta tras purificar al Kurit, siente que la oscuridad no huyó, sino que regresó a su origen. Con cautela, el grupo se dirige hacia un poblado oculto entre la niebla, donde descubren hogares abandonados, puertas entreabiertas y marcas de oscuridad similares a las del Kurit. Teodora identifica que esas marcas no controlaban a la gente, sino que las atraían hacia el abismo, sugiriendo que algo los llama desde allí.

La tensión aumenta cuando criaturas hechas de fragmentos de guardianes corrompidos emergen de la tierra, rodeándolos. El grupo intenta resistir la embestida mientras protegen a Teodora, pero una sombra líquida surge inesperadamente bajo sus pies. Brazos etéreos se aferran a ella y la arrastran al abismo antes de que nadie pueda alcanzarla. Lucasta y los demás reaccionan con desesperación, pero el círculo de sombra se cierra, dejándolos en un silencio devastador. Con rabia y determinación, Manco promete recuperarla, cueste lo que cueste.


🌸 Capítulo 76: “Bajo la Tierra que Respira”

La tierra aún temblaba donde la sombra había engullido a Teodora, como si el suelo conservara la memoria del acto. Manco no se levantó de inmediato. Sus manos seguían sobre el polvo grisáceo, rígidas, mientras su respiración salía entrecortada. A su lado, Lucasta rugía sin control, golpeando el suelo con las garras y levantando esquirlas de piedra. Atenea fue la primera en reaccionar, intentando mantener la compostura.

—No podemos quedarnos aquí. La sombra que se llevó a Teodora no se mueve al azar. Hay un destino detrás de ese arrastre.

Khubilai alzó la vista, aún pálido por lo que acababa de presenciar. —No fue una invocación común. Ese círculo… parecía un portal incompleto, como si la oscuridad apenas lograra sostener el acceso a otro plano. Pero suficiente para llevarse a un humano.

Manco finalmente se puso de pie. Sus ojos, enrojecidos por la furia, parecían haber abandonado toda duda. —¿A dónde se la llevaron?

Khubilai se acercó al lugar donde el círculo había estado. Pasó la mano sobre el suelo y cerró los ojos. —Hacia abajo. Muy abajo. Hay túneles… pasajes vivos que atraviesan las capas de roca. No son naturales. Están… creciendo.

Atenea frunció el ceño. —¿Creciendo?

Como raíces —respondió él—, pero de sombra. Y están conectadas entre sí. Si seguimos alguna, quizás encontremos donde converge la energía.

Lucasta se agachó, olfateando la tierra. Luego emitió un sonido grave, como una advertencia. Manco entendió sin necesidad de traducción. —Él también la siente. Puede seguir el rastro.

El poblado alrededor crujió bajo un viento gélido. Las casas abandonadas parecían inclinarse, observándolos como testigos silenciosos. Manco respiró hondo y se ajustó la empuñadura del arma. —Entonces no perdamos más tiempo. Cada segundo que pasa, ella está más lejos.

Atenea se adelantó, señalando la entrada a un sendero estrecho que descendía entre las rocas. —Este camino lleva al interior del acantilado. Antes parecía un camino normal, pero ahora… mírenlo.

El suelo estaba agrietado. Entre las grietas se filtraba una negrura que pulsaba, casi como venas que llevaban sangre oscura. Lucasta bufó, nervioso, pero avanzó primero. El grupo lo siguió.

Mientras descendían, el aire se volvió más espeso. La luz se debilitaba aunque el sol seguía presente afuera. Manco sintió su corazón acelerarse, no por miedo, sino por urgencia. Cada piedra bajo sus pies era un recordatorio de que Teodora estaba en algún punto bajo todo ese peso. Y él no pensaba fallarle.

Khubilai detuvo al grupo cuando oyeron un crujido profundo, casi un lamento. —La estructura está cambiando. No sé si por nuestra presencia… o por la de ella.

Un temblor recorrió el túnel, levantando polvo. Atenea alzó el escudo. —En formación. No sabemos qué puede salir de estas paredes.

Las sombras respondieron.

De los bordes de las grietas emergieron pequeñas criaturas similares a las del poblado, fragmentos de roca animada, pero estas parecían más rápidas, más organizadas, como si una inteligencia central las guiara. Lucasta lanzó una llamarada corta para alejarlas, iluminando momentáneamente las paredes con tonos rojizos.

Sigamos moviéndonos —ordenó Manco—. Si nos quedamos peleando con cada enjambre, jamás llegaremos hasta ella.

Los fragmentos intentaron bloquear el paso, pero el grupo avanzó a empujones, cortes y estallidos de magia. Por cada criatura que destruían, dos más surgían detrás. No buscaban atacar… buscaban retrasarlos.

Khubilai lo notó. —Algo los está controlando. Algo no quiere que la encontremos.

Entonces vamos bien —gruñó Manco.

El sendero terminó bruscamente en una cavidad enorme. El techo se perdía en la oscuridad. Solo unos hilos de luz natural caían desde grietas superiores, alumbrando una gigantesca abertura en el suelo, como una herida abierta. Desde allí provenía el murmullo que Teodora había escuchado antes: una mezcla de voces, ecos y lamentos lejanos.

Lucasta se acercó al borde y lanzó un rugido hacia abajo, como si esperara respuesta. Lo que llegó fue una exhalación fría que apagó parte de su fuego interno. Retrocedió de inmediato.

Atenea tembló. —Ella está allí. Lo sé. Pero no podemos saltar a un abismo vivo sin saber lo que hay dentro.

Manco miró la grieta, sus ojos fijos, decididos. —No me importa lo que haya dentro. Ella está en algún punto ahí abajo. Y si este lugar respira, entonces tiene caminos. Los encontraremos.

Khubilai asintió lentamente. —Hay un sendero. No se ve desde arriba, pero… sí. La piedra está moldeada. La sombra creó escalones, como si quisiera que algo entrara.

Atenea tensó la mandíbula. —O que algo no saliera.

Lucasta se agachó, estirando el cuello hacia la oscuridad. Su postura era firme. Él también había decidido.

Manco dio un paso adelante. —No nos iremos sin ella.

La grieta respondió con un eco profundo, casi burlón.

Y el grupo descendió.

La oscuridad los tragó lentamente, abrazándolos como si fueran intrusos o invitados. Bajo sus pies, la piedra caliente pulsaba, marcando un ritmo que no era natural. Más abajo, más profundo, las voces se hicieron más claras. Algunas sonaban como advertencias. Otras, como llantos. Y entre todas ellas… un latido débil.

El latido de Teodora.

Manco aceleró el paso. Atenea lo siguió sin protestar. Lucasta brillaba, creando una luz desde sus escamas, para iluminar el sendero para el grupo. Khubilai caminaba pegado a Manco, como un guardián inquebrantable.

El túnel terminó en un corredor inmenso hecho de roca negra. En sus paredes, marcas similares al rastro dejado por la sombra brillaban ocasionalmente, como si respiraran. Al fondo, un arco de piedra se abría, pulsante, casi orgánico.

Manco lo vio… y su corazón comenzó a arder.

Más allá de ese arco, estaba el lugar donde la sombra había llevado a Teodora.

Y nada, absolutamente nada, iba a impedir que llegaran hasta ella.





¡Hasta aquí llegamos con éste capítulo de esta Historia de Aventuras!

Espero que les haya entretenido y esperen con ansias el próximo capítulo la semana que viene.


Muchas gracias por su tiempo y apoyo,

Los estaré viendo cada semana con un capítulo nuevo.

🌸Persephone



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- Infinity Kingdom / 無盡城戰

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