"La Hebra que Elige" [Capítulo 55] La Última Sanadora - Infinity Kingdom

🌸 Muy buenas tardes, ¡bienvenidos a un nuevo capítulo de mi historia, "La Última Sanadora"!

Soy Persephone, y hoy tengo el placer de presentarles el capítulo cincuenta y cinco que se enfoca en Teodora, sus aventuras y su evolución para convertirse en la más destacada curandera de los últimos tiempos. 

¡Acompáñenme en este emocionante capítulo!

🌸 Resumen del anterior capítulo: “El Corazón Anudado”

Teodora y sus compañeros ingresan al Corazón de Nael’Mir, una cámara sagrada y suspendida en un silencio tenso, donde el Telar muestra su herida más profunda. En el centro de la sala flota un pedestal rodeado de hilos, y sobre él descansa un nudo viviente: el Corazón, una amalgama de hebras tejidas, injertadas, que vibran con un antiguo poder.

Kaelros aparece, transformado, afirmando que ya no puede ser detenido, pues todo lo ocurrido es parte de un patrón tejido hace tiempo. Declara que sus actos no fueron traición, sino una liberación del Telar, que él consideraba una prisión. Para él, los héroes son las últimas piezas del patrón, quienes deben decidir si reescribirlo o perecer con él.

Entonces, el Corazón se activa y genera una defensa viva: avatares distorsionados de los propios protagonistas, encarnaciones de sus errores y caminos no tomados. Comienza una feroz batalla, pero Teodora comprende que no deben destruir el Corazón, sino entenderlo. Ella conecta con su símbolo y, reconociendo el dolor y la verdad detrás del caos, ofrece comprensión en lugar de violencia.

Su gesto desactiva el ataque. Las figuras desaparecen, Kaelros se desvanece pacíficamente, y el Corazón se reescribe desde la verdad y no desde la herida. La cámara se apaga y el Telar, aunque aún no sanado del todo, ya no sangra.

Teodora declara que aún quedan desafíos por delante, pero ahora existe una nueva esperanza: la de poder elegir.

🌸 Capítulo 55: “La Hebra que Elige”

El Telar se abría frente a ellos como un horizonte tejido por sueños antiguos. Ya no era solo un artefacto o una fuente de poder, sino un ser vivo que respiraba a través de cada hebra, cada vibración, cada decisión.

El grupo avanzaba sin una dirección definida, pero el símbolo en la palma de Teodora era brújula suficiente. Las hebras respondían a su paso, se apartaban como si reconocieran a alguien que había dejado de ser visitante.

—¿Esto es el Telar completo? —preguntó Iskra, girando sobre sí misma. El aire no tenía peso, pero olía a algo primigenio. A comienzo.

—No —respondió Atenea—. Es el Telar liberado. Sin cadenas, sin patrón fijo. Pero aún herido.

—Lo siento —dijo Zari en voz baja—. Como si aún estuviera esperando que alguien decida por él.

Khubilai soltó un bufido.

—Entonces llegó la hora de decidir nosotros.

Las palabras quedaron flotando mientras una plataforma de hilos se formaba bajo sus pies, conectándolos a una estructura superior. Tejidos de luz, sombra, y algo más los guiaban hasta una figura que surgió sin anuncio. Una silueta envuelta en hilos entrelazados con oro, ceniza y plata. Su rostro no tenía rasgos, pero transmitía una presencia tan profunda que a todos se les hizo un nudo en la garganta.

—Es la raíz —murmuró Teodora, más como certeza que como suposición—. La voluntad que dio origen a todo esto.

La entidad no habló, pero alzó una mano, y frente a ellos flotaron tres hebras.

—¿Otra prueba? —preguntó Manco, apretando la mandíbula.

—No. Una elección —respondió Teodora. Dio un paso al frente. El símbolo de su palma se encendió apenas, como si la hebra azul ya la reconociera.

La hebra roja brillaba con fuerza abrasadora. La plateada pulsaba con rigidez. La azul, en cambio, parecía casi tímida, como si dudara de sí misma.

—¿Qué representan? —inquirió Atenea.

—Ruptura, conservación y transformación —respondió la entidad con una voz que no se escuchaba con los oídos, sino con las fibras del cuerpo.

Khubilai no tardó en hablar.

—¿Y si elegimos mal?

—Entonces el Telar volverá a cerrarse. Y esta vez, sin posibilidad de ser reabierto.

El silencio se extendió. Todos miraron a Teodora. Nadie se atrevía a sugerir nada, pero todos sabían que esa decisión no le pertenecía a ninguno más que a ella.

—No quiero olvido —dijo ella, tocando la hebra roja con los dedos y dejándola flotar fuera de su alcance—. No podemos borrar todo y fingir que no dolió.

—¿Y mantenerlo tal cual? —preguntó Zari, aún con cierta esperanza en la voz.

—Eso sería repetir los mismos errores —respondió la sanadora—. El Telar no necesita que lo conservemos. Necesita que aprendamos.

Y sin más, tomó la hebra azul. El símbolo en su palma la absorbió de inmediato, trazando una nueva línea luminosa a través de su marca. El Telar vibró. No en caos, sino en reconocimiento.

—Entonces has elegido —dijo la entidad, desvaneciéndose con una última frase susurrada en el aire—. Todo patrón sabio deja un nudo suelto.

Pero antes de que pudieran reaccionar, algo en el Telar se agitó. Las hebras comenzaron a tensarse. Una grieta se abrió en el vacío. Desde allí emergieron figuras, distorsionadas por la resistencia misma del patrón antiguo. No eran monstruos, ni enemigos evidentes. Eran defensores del pasado. Retazos de poder que no aceptaban ser reescritos.

—Nos habíamos preparado para esto —gruñó Khubilai, desenvainando su hoja curva.

—Creen que detenernos es proteger la verdad —dijo Atenea, alzando su escudo—. Pero solo protegen su miedo.

Tres figuras se adelantaron del vacío. Vestían fragmentos del pasado: uno tenía la corona de una reina caída; otro, el manto de un dios olvidado; y el tercero, la marca del primer tejedor.

—Nosotros fuimos hilos fundamentales —dijo uno de ellos—. Sin nosotros, no hay base. ¿Quiénes son ustedes para reescribirnos?

—No queremos borrarlos —intervino Teodora—. Queremos entenderlos. Aceptar su lugar… sin quedar atrapados en él.

—Entonces luchen por eso —sentenció la figura coronada.

Y la batalla comenzó.

Lucasta iluminó el campo con destellos agudos. Los lobos fantasmales de Khubilai comenzaron a crear una distracción.. Zari tejía defensas a toda velocidad, cubriendo los flancos mientras Iskra invocaba ráfagas de viento afilado. Atenea y Manco lideraban el frente, inmovibles.

Teodora no luchaba con armas. Se movía entre los hilos, reconociéndolos, tocándolos con su marca. Cada contacto apaciguaba una hebra que quería aferrarse al pasado. Cada susurro era una promesa de futuro.

—No se trata de eliminar lo viejo —gritó mientras alzaba la palma hacia la figura del tejedor—. ¡Sino de permitirle descansar!

La figura dudó. Por primera vez, bajó la mirada. Y con ese gesto, el patrón antiguo comenzó a deshilacharse.

Las demás figuras se detuvieron. Uno a uno, los ecos del pasado se disolvieron, no con violencia, sino con un suspiro.

—Ya no somos necesarios —dijo el último, antes de desaparecer en el Telar.

Cuando el silencio regresó, el grupo permaneció quieto, respirando en sincronía.

—¿Terminó? —preguntó Zari, agotada.

—Casi —respondió Teodora, con la voz entre el alivio y el peso—. El patrón fue elegido… pero aún hay quienes afuera querrán devolverlo al dolor.

El Telar brilló una última vez. Un portal se abrió. Más allá, el mundo real los esperaba.

—Entonces vamos —dijo Manco Cápac —. Que sepan que el Telar eligió. Y nosotros con él.

Y sin mirar atrás, cruzaron.

¡Hasta aquí llegamos con éste capítulo de esta Historia de Aventuras!

Espero que les haya entretenido y esperen con ansias el próximo capítulo la semana que viene.

Muchas gracias por su tiempo y apoyo,

Los estaré viendo cada semana con un capítulo nuevo.

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