"El Corazón Anudado" [Capítulo 54] La Última Sanadora - Infinity Kingdom

🌸 Muy buenas tardes, ¡bienvenidos a un nuevo capítulo de mi historia, "La Última Sanadora"!

Soy Persephone, y hoy tengo el placer de presentarles el capítulo cincuenta y cuatro que se enfoca en Teodora, sus aventuras y su evolución para convertirse en la más destacada curandera de los últimos tiempos. 

¡Acompáñenme en este emocionante capítulo!

🌸 Resumen del anterior capítulo: “Entre los Riscos de Nael’Mir”

El grupo de héroes llega a los riscos de Nael’Mir, un lugar donde las leyes del tiempo y del espacio están distorsionadas. Allí, las rocas y la niebla están impregnadas de hilos del Telar, vestigios de memorias pasadas y futuras. Mientras descienden por una garganta natural, cada paso altera la percepción de la realidad. Teodora experimenta una visión del joven Kaelros, cuando aún no era un enemigo, y comprende que este sitio es clave para entender su ruptura con el Telar.

Zari revela que buscan el Corazón de Nael’Mir, una cámara ancestral donde se anudó por primera vez el patrón prohibido. En el camino, el grupo escucha voces fantasmales y se enfrenta a una entidad sin rostro que custodia el acceso. Esta figura los desafía a demostrar que pueden atravesar la sombra, no solo portar luz. Al instante, el terreno se transforma y los separa, atrapándolos en pruebas individuales.

Teodora se enfrenta a distintas versiones de sí misma, confrontando lo que podría haber sido si hubiera seguido otros caminos. Al aceptar su imperfección y afirmar su voluntad propia, fortalece su vínculo con el Telar. Mientras tanto, sus compañeros también superan desafíos personales, reafirmando sus convicciones.

Reunidos al final, encuentran un portal con el patrón fracturado que indica la cercanía del Corazón… y de Kaelros. Saben que cruzar este umbral marcará el destino del Telar: si seguirá siendo armonía o se convertirá en caos.

🌸 Capítulo 54: “El Corazón Anudado”

El aire dentro del Corazón de Nael’Mir era distinto. No giraba, no oscilaba. Simplemente… esperaba. Era la calma tensa de una respiración contenida, como si el propio Telar hubiera hecho una pausa antes de revelar su herida más profunda.

Teodora cruzó el umbral primero, con el símbolo de su palma encendido como una antorcha que titilaba ante la inminencia de lo prohibido. Tras ella, uno a uno, sus compañeros emergieron de sus respectivos pasajes: Atenea con la frente perlada de sudor, Khubilai con el semblante endurecido, Alejandro acariciando el lomo del león que ahora rugía en silencio, y Zari… que había perdido parte del brillo en los ojos, como si su prueba hubiera exigido una ofrenda que aún no comprendía del todo.

La cámara que se abría ante ellos era vasta y curva, como el interior de una cúpula antigua hecha con piedra viva. En el centro, un pedestal de cristal oscuro flotaba suspendido sobre una red de hilos tensados, como si el más leve desequilibrio pudiera hacerla colapsar.

Pero lo que realmente capturaba la mirada no era el pedestal, sino lo que latía encima de él.

—¿Es… eso el Corazón? —susurró Iskra, dando un paso atrás.

No era un objeto en sentido estricto. Era un nudo viviente. Una concentración de hebras puras, oscuras, rojas, doradas, algunas aún vibrando como si acabaran de ser tejidas. Un patrón sin centro, sin inicio ni final, que palpitaba al ritmo de algo más antiguo que el tiempo.

—No fue solo tejido —dijo Zari, con la voz hueca—. Fue… injertado.

Lucasta, flotando silenciosa, se acercó al borde del anillo de hilos. Su luz tembló al primer contacto, como si incluso su pureza dudara frente a esa amalgama caótica.

—Aquí Kaelros dejó de ser tejedor y se convirtió en algo más —murmuró Atenea.

—No solo él —corrigió Teodora—. Aquí fue donde el Telar mismo se quebró.

Los símbolos sobre el pedestal comenzaron a moverse. El Corazón reconocía su presencia. Y algo más… se acercaba.

Un eco se formó en el aire, como un suspiro contenido por siglos. Desde la pared opuesta de la cámara, un resplandor oscuro comenzó a nacer, envolviendo las piedras en un fulgor violáceo. De él emergió Kaelros.

Pero no era el Kaelros que enfrentaron antes. Su cuerpo parecía humano, sí, pero ya no contenía una forma fija: se deshilachaba y reconstruía con cada paso. Su túnica era una corriente de símbolos móviles. Su rostro, apenas un contorno de mirada profunda y cansada.

—Han llegado antes de que el patrón se cierre —dijo, sin rabia, sin urgencia. Solo certeza—. Admirable.

Khubilai desenvainó su arma.

—Venimos a detenerte.

—No pueden detener algo que ya fue tejido —respondió Kaelros—. Solo están completando el ciclo. Ustedes son las últimas hebras necesarias. Los que deben mirar el patrón y decidir si lo rehacen… o se pierden con él.

Teodora dio un paso al frente.

—Tuviste elección. Rompiste el equilibrio por ambición. El Telar no necesita ser reescrito desde la herida.

Kaelros la observó en silencio. Luego extendió la mano hacia el Corazón, sin tocarlo.

—El Telar se volvió prisión. Yo solo forcé la cerradura. Lo que llaman herida… era la única salida. Pero ahora ya no importa. Si han llegado hasta aquí, entonces el Corazón está listo para su última nota.

En ese instante, el Corazón vibró, y una onda de energía se expandió desde su núcleo. Las hebras comenzaron a moverse como serpientes enredadas, y desde el pedestal surgieron avatares tejidos de los errores del pasado: figuras que se parecían a ellos, distorsionadas, retorcidas por lo que no fueron o nunca debieron ser.

—¡Es una defensa viva! —gritó Zari— ¡El Corazón está probando si merecemos reescribirlo!

La batalla comenzó sin aviso.

Atenea alzó su escudo justo a tiempo para bloquear una lanza que portaba una versión de sí misma vestida de negro. Khubilai giró sobre sí, enfrentándose a un reflejo que portaba sus armas, pero con los ojos vacíos. Alejandro y su león se vieron acorralados por tres sombras que rugían con las voces de antiguas batallas perdidas. Incluso Lucasta fue rodeada por fragmentos de luz corrompida.

Teodora quedó sola frente al pedestal. El símbolo en su palma ardía.

—No se trata de destruir el Corazón —murmuró—. Se trata de reconocerlo.

Cerró los ojos.

Escuchó. No el ruido. No los gritos. Escuchó el Telar.

Dentro de su mente, las hebras no eran enemigas. Eran preguntas. Dudas. Cicatrices que aún buscaban sentido. Y al centro… el dolor de Kaelros, no como excusa, sino como detonante.

Abrió los ojos y levantó la mano. En lugar de rechazar el Corazón, le ofreció su símbolo.

El nudo palpitó.

Las hebras comenzaron a desenrollarse suavemente, como si el reconocimiento fuera la llave que nunca tuvo.

Las figuras distorsionadas se detuvieron. Los combates cesaron. Kaelros bajó la mirada. Por primera vez, parecía aliviado.

—Alguien al fin miró sin miedo.

Las hebras restantes se entrelazaron con el símbolo de Teodora, y en un destello silencioso, el Corazón se reescribió a sí mismo, esta vez no desde la ruptura… sino desde la verdad.

Kaelros se desvaneció en un hilo que se unió al nuevo patrón.

El pedestal descendió. La cámara se apagó. Y cuando la luz volvió, solo quedaban ellos.

—¿Terminó? —preguntó Iskra, aún temblando.

—No —dijo Teodora—. Pero la herida ya no sangra.

Detrás de ellos, el Telar comenzó a brillar. Había más pruebas por delante. Más enemigos, quizás. Pero también… más elección.

¡Hasta aquí llegamos con éste capítulo de esta Historia de Aventuras!

Espero que les haya entretenido y esperen con ansias el próximo capítulo la semana que viene.

Muchas gracias por su tiempo y apoyo,

Los estaré viendo cada semana con un capítulo nuevo.

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