"Cuando el Mar Recuerda" [Capítulo 8] Crónicas del Dios del Oceáno - Infinity Kingdom

💦 Bienvenidos a un nuevo capítulo de mi historia, "Crónicas del Dios del Océano".

Soy Persephone, y hoy les presento el octavo capítulo de esta nueva aventura, donde exploraremos el pasado y presente de Poseidón, y descubriremos todas las vivencias que lo forjaron como el majestuoso Dios del Océano que conocemos.

¡Los invito a acompañarme en este emocionante viaje! 

💦 Resumen del anterior capítulo: “El Despertar de las Columnas de Hades”

El mar está alterado en todo el mundo: mareas impredecibles, costas secas que luego son inundadas, y una sensación generalizada de que el océano está “hablando”. En las profundidades, una grieta se abre en las Columnas de Hades, liberando una antigua presencia sellada en una esfera negra. En el Olimpo, los dioses discuten sobre el papel de Poseidón, quien ha descendido a las profundidades. Algunos lo acusan de desafiar su autoridad, mientras otros reconocen que está cumpliendo un rol olvidado por los dioses.

Poseidón, guiado por el tridente y una concha negra que vibra con advertencias, encuentra a la exiliada de los mitos. Juntos presencian la liberación de una entidad cambiante llamada Thálassa Ancestral, surgida del caos primordial del océano. Es tanto una amenaza como un reflejo del propio dios del mar. De una grieta emergen guardianes elementales que le ofrecen una elección: ser su ejército o su juicio. Mientras tanto, templos se quiebran, sacerdotes entran en trance y mortales sueñan con una figura marina apocalíptica. En el Olimpo, Zeus y Atenea se preparan para actuar. Poseidón acepta su destino como puente entre lo sellado y lo libre, iniciando con su paso una guerra que resonará en todo el mundo.

💦 Capítulo 8: “Cuando el Mar Recuerda”

El mar no descansaba. Desde los acantilados del norte hasta los ríos dormidos del sur, las aguas cargaban una tensión que no era natural. Las corrientes se volvían erráticas, los peces nadaban en círculos, y los cielos sobre las costas parecían más pesados, como si el mundo mismo aguardara algo que no sabía cómo nombrar. Pero aquellos que aún conservaban el don de interpretar sueños supieron antes que nadie la verdad: algo había despertado. En la mente de los mortales, figuras sin rostro emergían de océanos imposibles, susurrando secretos en lenguas olvidadas. Y los dioses no fueron ajenos.

En lo alto del Olimpo, Hera estudiaba en silencio un pergamino que había jurado no volver a abrir. Las runas antiguas se inflamaban con un fuego azul, revelando un sello de la Era de los Titanes. Detrás de ella, Atenea apareció sin anunciarse, como lo hacían siempre los presagios.

—Eso no es un arma, Hera. Es una sentencia.

La reina de los cielos no se volvió.

—No puedo quedarme de brazos cruzados mientras mi hermano deja que una bestia ancestral reescriba el equilibrio del mundo.

Atenea se acercó al mármol y reconoció el signo con horror.

—Ketos… fue sellada por todos nosotros. Fue el final de un continente.

—Y tal vez tengamos que desenterrar ese final si queremos tener un nuevo principio —sentenció Hera.

Las nubes se cargaron de truenos, pero no eran de Zeus.

En lo más profundo del océano, donde ni la presión ni la oscuridad podían tocar a los dioses, Poseidón observaba a los guardianes que lo rodeaban. Figuras elementales, nacidas de los aspectos mismos del mar: tempestad, calma, hambre, profundidad y sal. No hablaban con palabras, sino con la vibración del agua.

—Decide —exigieron.

Pero el tridente que llevaba ya no temblaba. Latía, sincronizado con la esencia del océano. La concha negra en su mano susurraba advertencias que solo podían oírse en la médula del alma. A su lado, la mujer exiliada —aquel mito fuera del tiempo— lo miraba con ojos serenos.

—No los controles —dijo ella—. Guíalos. Ellos no siguen órdenes, sino memoria.

Poseidón cerró los ojos, y la corriente le trajo un llamado. No desde el mar, sino desde abajo de todo, desde donde la muerte tenía reino.

En el Inframundo, Hades había convocado a los antiguos jueces. Minos, Radamantis y Éaco se materializaron en la Sala del Juicio como sombras conscientes. No habían sido llamados en milenios, pero algo había alterado el flujo mismo de las almas.

—El mar se está volviendo espejo del alma —murmuró Radamantis, mientras el suelo se fracturaba con cada palabra que pronunciaban.

Hades los contempló sin arrogancia.

—Lo que ha despertado fue sellado por temor. Pero el miedo no es justicia.

Los jueces no respondieron de inmediato, pero su presencia impregnó las paredes.

—Si Thálassa Ancestral vuelve a tomar forma —sentenció Minos—, será porque algo dentro del alma del mundo ya la ha invocado.

Y Éaco, el más silencioso, simplemente dijo:

—Entonces será juzgada... como será juzgado quien la despierte.

Thálassa, en su despertar, ya no era solo una presencia. Sus formas fluctuaban como corrientes bajo tormenta. Brazos que no eran brazos, ojos que no eran ojos, un cuerpo que se reescribía con cada pensamiento que intentaba nombrarla. Y dentro de ella, una voz. No era externa, sino íntima, como si una grieta interna le recordara quién había sido antes de ser sellada.

—¿Recuerdas por qué fuiste encerrada?

La sombra sin nombre no tenía rostro, pero su influencia era tan antigua como el primer rugido del mar.

—Fuiste equilibrio... pero también ruptura. Fuiste promesa... pero también traición.

Thálassa no respondía con palabras, sino con vibraciones que alteraban el curso mismo de la marea. El caos latía en su núcleo, pero no era ira: era memoria. Ella fue el primer mar, cuando el agua aún era caos y las estrellas no habían aprendido a reflejarse en la superficie.

Poseidón sintió ese eco. En su pecho, la espiral negra se agitó. Sabía que no podía enviar a los guardianes a destruir lo que aún no comprendía.

—No lideraré un ejército que no entiende lo que defiende —dijo, dirigiéndose a los cinco seres—. Tampoco permitiré que destruyan lo que puede salvarse.

Y entonces tomó una decisión.

—Iré hacia ella. Solo. Si no regreso, no vengáis por mí.

Los guardianes lo miraron sin emociones, pero con un asentimiento que no necesitó palabras.

—Entonces… que el mar te juzgue —declararon, y se desvanecieron como espuma en marea descendente.

En su avance hacia el núcleo de Thálassa, las aguas se volvieron densas, pesadas, como si el mar mismo quisiera retenerlo. Pero Poseidón continuó. No con ira. No con orgullo. Con propósito. Sabía que no podía sellar lo que no entendía, ni liderar lo que temía. Si el mar estaba despertando, él debía ser su conciencia antes que su verdugo.

En la superficie, los sueños de los humanos se tornaban cada vez más turbios. Las costas lloraban sal negra. Los altares marinos ardían sin fuego. Y en los confines del Olimpo, Zeus al fin abrió los ojos, sintiendo que algo, algo muy antiguo, lo había dejado atrás.

Thálassa esperaba.

Y el mar, por fin, se preparaba para mostrar su verdadera forma.

💦 En el próximo capítulo de "Crónicas del Dios del Océano"...

Poseidón se adentra en el corazón de Thálassa Ancestral, donde las corrientes ya no responden al tiempo ni a la forma. Allí, el dios no solo enfrentará a la entidad caótica que fue olvidada por los dioses, sino también las verdades que yacen en lo profundo de sí mismo. Mientras tanto, en la superficie, los primeros signos de un cataclismo comienzan a manifestarse: islas que desaparecen, criaturas marinas que migran en círculos sin sentido, y templos que se derrumban sin explicación.

En el Olimpo, Hera y Atenea confrontan a Zeus, quien aún duda en intervenir. Y en el Inframundo, Hades descubre que los juicios del pasado están volviendo para cobrarse viejas deudas.

Todo parece indicar que la guerra no será solo entre dioses y fuerzas olvidadas, sino entre lo que alguna vez fue... y lo que debe renacer.

¿Quién guiará las mareas cuando los dioses pierdan el control?

¡No se lo pierdan la próxima semana!

Muchas gracias por su tiempo y apoyo,

Los estaré viendo cada semana con un capítulo nuevo.

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