💦 Bienvenidos a un nuevo capítulo de mi historia, "Crónicas del Dios del Océano".
Soy Persephone, y hoy les presento el sexto capítulo de esta nueva aventura, donde exploraremos el pasado y presente de Poseidón, y descubriremos todas las vivencias que lo forjaron como el majestuoso Dios del Océano que conocemos.
¡Los invito a acompañarme en este emocionante viaje!
💦 Resumen del anterior capítulo: “El Juicio de los Cielos”
El Anfiteatro Celeste del Olimpo se abre tras siglos de silencio para juzgar a Poseidón, quien ha despertado antiguos pactos sellados por los dioses. Su llegada, marcada por símbolos místicos y una presencia imponente, genera tensión entre los olímpicos, que lo reciben sin palabras. Zeus lo acusa de desobedecer leyes sagradas y despertar lo que debía permanecer sellado. Poseidón se defiende con firmeza: no buscaba poder, sino verdad, y acusa al Olimpo de actuar por miedo.
Las Moiras aparecen y lo someten a una prueba en un plano existencial, donde enfrenta visiones de su futuro, a su madre Rea, y a la criatura del abismo que decidió recordar en lugar de encerrarla. Superada la prueba con alma, palabra y acción, regresa al Olimpo transformado.
Allí, los dioses deliberan. Ares desconfía; Atenea y Apolo lo respaldan como símbolo de cambio. Zeus le pide a Poseidón que defina su papel, y este declara que será un puente entre el pasado y el futuro. Con lluvia de memoria sobre el Olimpo, las Moiras sellan el juicio: Poseidón ha sido aceptado, pero con la advertencia de que, si el puente se rompe, él será el primero en caer.
💦 Capítulo 6: “El Susurro de la Profundidad Primordial”
La lluvia que había caído sobre el Olimpo no cesó de inmediato. Era una lluvia suave, transparente, pero cargada de una energía que no pertenecía al cielo. Era agua del recuerdo. De lo que fue. De lo que jamás se debió olvidar. Y mientras los dioses volvían lentamente a sus tronos, el eco del juicio seguía resonando en los pilares del Anfiteatro Celeste.
Poseidón descendió sin ceremonia. El tridente vibraba débilmente, como si aún recordara la tensión entre los dioses y los hilos de destino que las Moiras habían sellado. La espiral azul centelleaba sobre su pecho, marcándolo como más que un dios del mar: lo mostraba como guardián de un legado que ni él comprendía del todo.
Pero ya no era el mismo joven que había cruzado el umbral del vacío. Sentía la mirada de Zeus, la aprobación silenciosa de Atenea, la duda persistente de Ares. No importaba. Algo más profundo tiraba de él. Algo que venía desde debajo del mundo.
Y no esperaría.
En los confines del mar, allí donde la luz no ha sido pronunciada ni por el sol ni por la historia, una grieta se abrió en la corteza abisal del mundo. No era una fisura nueva, sino un antiguo respiro. Una exhalación de la Tierra misma.
De la grieta surgió un murmullo. No un sonido. Una intención. Y con ella, se estremecieron los pilares dormidos en la Fosa del Pacto Roto. Las criaturas que habían aprendido a olvidar alzaron la cabeza. Algunas huyeron. Otras, esperaron. Pero hubo una que no se movió, porque nunca había dejado de esperar.
Era una figura encadenada por la misma sal que sostenía los mares. No tenía nombre, al menos no uno pronunciado en la era de los dioses olímpicos. Su rostro era mitad humano, mitad coral, y de sus ojos brotaban reflejos de olas que no pertenecían a ningún océano actual.
—Ha cruzado el umbral —susurró.
Y entonces, rompió una de sus propias cadenas.
Poseidón llegó al punto más profundo del océano que podía alcanzar. Más allá de los templos sumergidos. Más allá incluso de la ciudad antigua que había descubierto tiempo atrás. Descendió en silencio, acompañado solo por su sombra y el recuerdo de la criatura a la que había prometido memoria en lugar de prisión.
La marea estaba quieta. Eso, en sí mismo, era alarmante.
La runa del pacto en su tridente comenzó a arder con una luz pálida. La espiral en su pecho se tornó negra, como si absorbiera más que reflejara.
Y entonces la vio.
Una figura caminaba sobre el fondo del abismo, sin perturbar el agua. Era alta, envuelta en un velo de algas vivas que se movían como si respiraran. Su rostro estaba oculto, pero en su caminar había algo familiar. Algo que tocaba la sangre de Poseidón, incluso si no podía reconocerlo del todo.
Ella habló sin mover los labios.
—No eras el primero en querer unir lo profundo con lo alto.
El dios se irguió, aunque sintiera que cada gota a su alrededor pesaba como plomo.
—¿Quién eres?
La figura retiró el velo.
Era una mujer, pero no una diosa. O lo había sido antes de que existiera la palabra. Su cabello era agua en movimiento, y su piel, antigua piedra marina cubierta de historia. Sus ojos… sus ojos eran dos remolinos eternos.
—Soy la que fue sellada antes del tiempo. La que enseñó al mar a guardar secretos. Fui exiliada incluso de los mitos, porque mi existencia incomodaba a dioses y titanes por igual.
Poseidón dio un paso al frente.
—¿Por qué ahora?
—Porque rompiste el ciclo —respondió ella—. Porque recordaste. Y porque el Olimpo te permitió seguir. Eso cambia las reglas.
Entonces le tendió algo.
Una concha negra. Pequeña. Inocente a primera vista. Pero al tomarla, Poseidón vio visiones: un mundo anterior al Olimpo, un mar sin nombre, y guardianes que respondían a una ley más antigua que el destino.
—Esto es un legado que nadie reclamó —dijo ella—. Porque quien lo haga, deberá cargar con algo más que poder. Deberá ser memoria viva del equilibrio. Entre lo sellado y lo abierto. Entre lo profundo y lo alto.
Poseidón cerró la mano sobre la concha.
—¿Y tú eres una aliada?
La figura se deshizo en agua y se reformó detrás de él.
—No. Soy la prueba de que abrir lo sellado siempre tiene un precio. El mar recuerda. Pero también reclama.
En el Olimpo, el trono de Poseidón vibró por sí solo.
Atenea lo observó desde lejos.
—Ha comenzado —murmuró.
Zeus asintió.
—Y esta vez… no podremos detenerlo solos.
Desde los límites del Inframundo, Hades abrió un ojo que no solía usar.
En el mundo mortal, los mares subieron medio palmo sin viento alguno.
Y en los abismos del mundo, guardianes olvidados comenzaron a moverse.
Porque algo, algo muy antiguo, había despertado.
Y ya no volvería a dormir.
💦 En el próximo capítulo de "Crónicas del Dios del Océano"...
Mientras Poseidón desciende, las aguas del mundo comienzan a comportarse de forma anómala. Mareas sin luna, corrientes invertidas, y ecos de canciones olvidadas surgen desde lo más profundo. Los antiguos guardianes, entidades nacidas cuando la Tierra aún se moldeaba en fuego y bruma, despiertan lentamente en cámaras subacuáticas selladas por voluntad ancestral.
Pero no todos se alegran con el retorno del equilibrio.
En el Olimpo, los dioses debaten. ¿Es Poseidón un restaurador o un traidor? Hera exige control. Ares pide intervención. Solo Atenea parece comprender que lo que ha sido desencadenado ya no puede detenerse con fuerza.
Mientras tanto, una grieta se abre en el fondo marino de las Columnas de Hades, liberando no sólo guardianes… sino algo que jamás debió moverse. Y en las sombras del océano, la figura femenina exiliada observa con atención. Porque el legado entregado a Poseidón es también una advertencia:
Lo que se despierta no se inclina ante nadie.
¿Tomará Poseidón su lugar como mediador entre lo sellado y lo libre? ¿O su camino lo conducirá a un enfrentamiento inevitable con los mismos dioses que alguna vez lo aceptaron?
El océano ha hablado.
Y su dios deberá responder.
¡No se lo pierdan la próxima semana!
Muchas gracias por su tiempo y apoyo,
Los estaré viendo cada semana con un capítulo nuevo.
🌸Persephone
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