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"El Tejido de las Verdades" [Capítulo 46] La Última Sanadora - Infinity Kingdom

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Article Publish : 05/10/2025 03:50
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🌸 Muy buenas tardes, ¡bienvenidos a un nuevo capítulo de mi historia, "La Última Sanadora"!

Soy Persephone, y hoy tengo el placer de presentarles el capítulo cuarenta y seis que se enfoca en Teodora, sus aventuras y su evolución para convertirse en la más destacada curandera de los últimos tiempos. 

¡Acompáñenme en este emocionante capítulo!


🌸 Resumen del anterior capítulo:El Reloj Sin Manecillas

El grupo de héroes llega a Britomartis, una ciudad onírica donde el tiempo parece no obedecer regla alguna y cada rincón cambia constantemente. Guiados por Cronomos, el Guardián del Laberinto Horario, son arrojados al “Laberinto del Tiempo Ausente”, una prueba individual en la que cada uno enfrenta aspectos profundos y olvidados de sí mismo. Atenea se confronta con su pasado; Manco Cápac con sus deseos más personales; Khubilai Kan con la ilusión del control; y Teodora con el miedo a perder el tiempo con quienes ama. Al superar sus desafíos internos, descubren verdades esenciales sobre sus identidades y se reencuentran fortalecidos.

De regreso en la plaza, Cronomos les revela que el tiempo no es un enemigo, sino un espejo que desafía a quien lo mira. Con nuevas certezas en el corazón, los héroes son guiados hacia el núcleo de Britomartis, donde los espera una figura encapuchada que teje destinos. Antes de continuar, Lucasta susurra una palabra inquietante a Teodora: “Madre”, insinuando una revelación personal que aún está por venir. Con el corazón latiendo como un reloj sin manecillas, el grupo avanza hacia la siguiente etapa de su viaje, donde luz y oscuridad se entrelazan en una verdad aún más profunda.


🌸 Capítulo 46: “El Tejido de las Verdades”

El sendero se extendía como un hilo suspendido en el vacío, formado por cristales que flotaban en una coreografía sin fin. Cada paso arrancaba una nota distinta, como si la música misma respirara bajo sus pies. Era una sinfonía sin instrumentos, una melodía escrita en la lengua de los astros. Nadie se atrevía a hablar.

Después del Laberinto del Tiempo Ausente, el silencio se había vuelto un pacto no firmado. Atenea, Manco Cápac y Khubilai Kan caminaban como sombras conscientes, cada uno con pensamientos demasiado densos para romper la quietud. Teodora, sin embargo, alzaba de vez en cuando los ojos hacia Lucasta, buscando en la criatura muda las respuestas que no se atrevía a formular.

Madre.

Esa palabra seguía girando en su pecho como una llave oxidada que aún no sabía dónde encajaba.

El camino desapareció bajo sus pies, evaporándose con un murmullo de cristal quebrado. Se encontraron entonces en una sala sin muros, sin cielo, sin fondo. No era un lugar, sino un entrelazamiento de existencia. Hilos de luz flotaban en el aire como si fueran las venas del universo. Se movían con una lentitud ritual, vibrando con emociones puras: pesar, amor, duda, perdón.

En el centro, un trono hecho de tiempo congelado y aire detenido sostenía una figura encapuchada. No tenía rostro visible, pero sus dedos pálidos danzaban sobre los hilos con una maestría que era casi ternura. Cada hebra que tocaba brillaba, vibraba, contaba una historia que aún no había ocurrido.

Han llegado —dijo la voz, etérea, como el murmullo de un río que ha olvidado su cauce—. Sus hilos tiemblan como los de quienes aún pueden cambiar lo que fue escrito.

Atenea avanzó, firme, con la nobleza de una diosa que reconoce a otra fuerza sagrada.

¿Eres tú quien teje los destinos?

Soy la Tejedora —respondió la figura—. Una de las últimas que aún escucha al Telar. El destino no lo decido yo… pero puedo mostrar los nudos que otros ignoraron.

Manco alzó la mirada hacia uno de los hilos que se deshacía lentamente, y su rostro se nubló.

¿Y si ya hemos perdido lo que éramos?

Entonces deberán tejer algo nuevo —susurró la Tejedora—. Pero no todo debe conservarse. Lo que duele… también puede soltarse.

Lucasta descendió lentamente y se posó en el centro de la sala, justo bajo la constelación de hilos. Desde su pecho, una luz antigua y suave brotó, como si devolviera algo al mundo que el mundo había olvidado.

La Tejedora detuvo su labor. Su cabeza se alzó… y esta vez, sus ojos invisibles buscaron a Teodora.

Has traído contigo una chispa que se perdió hace siglos —dijo, con una voz que sonaba más humana que antes—. Una hija del equilibrio. Una descendiente de la luz que fue arrancada de su linaje… y obligada a sanar aquello que otros corrompieron.

Teodora tembló. Dio un paso adelante, como quien se acerca a una herida abierta en el tiempo.

¿Quién eres tú…?

La figura se incorporó con lentitud. Con un gesto, se retiró la capucha. Lo que reveló no fue una diosa ni una anciana común.

Era un rostro tallado por la eternidad. Su piel tenía el tono de la ceniza que flota antes de la tormenta, y su cabello, blanco como la luz que existe justo antes del amanecer, caía como cascada de hilos sueltos. Sus ojos… eran los mismos que Teodora veía cada vez que se preguntaba quién era.

Los ojos de la duda. De la compasión. De la fuerza contenida.

Atenea, Manco y Khubilai retrocedieron con respeto. Teodora se quedó inmóvil. En sus venas, algo antiguo se agitó.

Eres tú… —murmuró.

La mujer la miró en silencio largo, como quien reencuentra una parte extraviada de su historia.

No fui madre por sangre… —dijo con dulzura quebrada—. Pero sí por promesa. Cuando naciste, los dioses aún discutían si alguien como tú debía existir. Eras demasiado humana para ser luz… demasiado luminosa para ser humana. Una Solar nacida entre el olvido y la esperanza.

¿Quién eres? —repitió Teodora, aunque ya conocía la respuesta.

Fui una de las primeras —reconoció la mujer—. Una guardiana de los ciclos. Cuando vi tu luz por primera vez, supe que el Telar te había elegido. Pero no pudimos protegerte. Te arrancaron. Te ocultaron. Te usaron.

La voz se quebró. Por un instante, la Tejedora dejó de ser símbolo y fue carne doliente.

¿Eres… mi abuela?

La Tejedora no respondió con palabras. Caminó hacia ella, y cuando sus manos tocaron el rostro de Teodora, las hebras del telar descendieron por voluntad propia. Una de ellas se enredó suavemente en el brazo de la joven, reconociendo su sangre, su esencia.

Lucasta emitió una nota tan alta que el tiempo pareció detenerse. Los hilos giraron en torno a Teodora como planetas obedeciendo una nueva órbita. La Tejedora dio un paso atrás.

El telar… ya no me pertenece —dijo—. Lo sostuve durante siglos, esperando este momento. Ahora, Teodora, hija del equilibrio, nieta de la luz, el poder es tuyo.

Y soltó el hilo que aún tenía entre los dedos.

El trono se deshizo en silencio. La sala se volvió aire. Y en medio del vacío luminoso, Teodora permaneció sola, con los hilos danzando a su alrededor.

Por primera vez, no se sintió perdida.

Por primera vez, su historia empezaba a pertenecerle.






¡Hasta aquí llegamos con éste capítulo de esta Historia de Aventuras!

Espero que les haya entretenido y esperen con ansias el próximo capítulo la semana que viene.


Muchas gracias por su tiempo y apoyo,

Los estaré viendo cada semana con un capítulo nuevo.

🌸Persephone



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- Infinity Kingdom / 無盡城戰

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