🌸 Muy buenas tardes, ¡bienvenidos a un nuevo capítulo de mi historia, "La Última Sanadora"!
Soy Persephone, y hoy tengo el placer de presentarles el capítulo cuarenta y cinco que se enfoca en Teodora, sus aventuras y su evolución para convertirse en la más destacada curandera de los últimos tiempos.
¡Acompáñenme en este emocionante capítulo!
🌸 Resumen del anterior capítulo: “Cuando el Viento se Ríe”
El grupo de héroes llega al legendario Río Sagrado de Ahurani, donde comienzan a percibir la presencia de un espíritu juguetón. Lucasta detecta una risa en el viento, y pronto una figura extravagante aparece flotando sobre el río: Zephyro, un espíritu errante del viento con aspecto cambiante y actitud burlona. Él les impone una prueba peculiar para poder cruzar: atrapar una pluma sin magia ni manos, mientras él sopla fuerte. A través de ingenio y perseverancia, cada miembro del grupo supera el reto, ganándose la aprobación del excéntrico guardián.
Guiados por Zephyro, abordan una barca hecha de hojas gigantes y atraviesan el río, durante el cual cada uno escucha un mensaje personal, susurrado por el viento, que revela una enseñanza interior. Estas revelaciones refuerzan sus lazos y les recuerdan que la sabiduría puede presentarse en formas inesperadas. Finalmente, llegan a las puertas de Britomartis, la ciudad donde la luz y la sombra coexisten, y son recibidos con una última travesura del espíritu del viento, que arranca la bota de Manco Cápac entre risas. La jornada, llena de humor y reflexión, los prepara para lo que les espera en la ciudad mágica.
🌸 Capítulo 45: “El Reloj Sin Manecillas”
Britomartis se alzaba ante ellos como un espejismo que había decidido hacerse realidad. La ciudad entera parecía respirar: torres que giraban suavemente como girasoles, casas cuyas ventanas cambiaban de forma según la hora del día, y puentes colgantes que se tejían y destejían con hilos de luz líquida. No había sombras fijas, ni un solo rincón que se mantuviera igual durante más de un minuto. Allí, el tiempo se sentía... sospechoso.
—¿Dónde estamos exactamente? —preguntó Manco Cápac, aún cojeando levemente por la falta de su bota derecha, recuperada solo después de que una nube la devolviera con moño incluido.
—Britomartis —respondió Atenea con un brillo de reconocimiento en los ojos—. Ciudad de sincronías rotas y armonías imposibles. Se dice que fue construida por los hijos del Tiempo cuando decidieron jugar a crear una ciudad sin reloj.
—No parece muy lógico —murmuró Khubilai Kan, mirando un gato con alas que volaba en círculos sobre un carrillón que giraba al revés.
—Exactamente —susurró Teodora, sintiendo cómo Lucasta se aferraba a su hombro—. Esta ciudad no sigue lógica alguna. Sigue… el ritmo del alma.
Apenas pisaron el segundo peldaño, un enorme gong resonó desde el cielo. Una nube descendió con rapidez, revelando en su interior a un anciano vestido con mil relojes, todos sin manecillas. Su barba era tan larga que le daba vueltas al cuello como un cinturón, y sus ojos parecían dos relojes de arena sin arena.
—¡Llegaron tarde! —exclamó con voz grave y burlona.
—¿Tarde a qué? —preguntó Khubilai.
—¡A la cita con el Tiempo Perdido! —rió el anciano mientras hacía girar uno de sus relojes vacíos—. Pero no se preocupen. En Britomartis, todos llegan tarde, y eso es lo que los hace puntuales.
—¿Eres un guía? —preguntó Atenea, con el ceño fruncido.
—Soy Cronomos, el Desenlazador del Reloj. Guardián del Laberinto Horario. El que nunca duerme porque no sabe cuándo es de noche.
Lucasta vibró suavemente, transmitiendo a Teodora una sensación ambigua: admiración... y un poco de mareo.
—¿Tenemos que cruzar un laberinto? —preguntó Manco, mirando hacia la plaza central donde los edificios se movían como piezas de ajedrez en plena partida.
—Así es. El Laberinto del Tiempo Ausente, donde cada paso puede ser hacia adelante, atrás… o hacia adentro. Solo podrán salir si descubren qué parte de ustedes está atrapada entre segundos.
El grupo se miró en silencio. Lo habían enfrentado todo: oscuridad, luz, espectros y portales. Pero nada era tan desconcertante como un laberinto donde el tiempo mismo era el enemigo.
—¿Y si nos perdemos? —preguntó Khubilai.
—Entonces encontrarán lo que han perdido —respondió Cronomos con una reverencia, y con un chasquido de dedos, el suelo se abrió bajo ellos.
El Laberinto del Tiempo Ausente
Despertaron, cada uno, en una habitación distinta.
Atenea se encontró en un pasillo interminable donde las paredes estaban cubiertas de espejos que no reflejaban su imagen, sino sus versiones del pasado. Una niña con casco de papel. Una adolescente levantando un escudo por primera vez. Una mujer en llamas, luchando contra sombras invisibles.
Una voz surgió del techo, dulce pero implacable:
—¿Quién eres cuando nadie te observa?
Atenea alzó su escudo… y vio su reflejo por fin. Seria, cansada… pero sonriente. Avanzó.
Manco Cápac estaba en una jungla donde cada árbol tenía un calendario en sus hojas. A cada paso, una versión distinta de sí mismo lo interceptaba: el niño curioso, el joven guerrero, el líder inflexible.
—¿Qué harías si no tuvieras que liderar? —preguntó uno de ellos.
—Dormiría. Tal vez cantaría. Tal vez… construiría algo que no fueran armas.
Y al admitirlo, los árboles se abrieron en un camino que lo invitaba a avanzar.
Khubilai Kan caminaba por una ciudad desierta. Todo estaba congelado. Al fondo, su sombra discutía consigo misma, proyectando una estrategia de batalla… contra él.
—¿Y si el control no fuera necesario? —preguntó su reflejo.
—Sin control hay caos.
—¿Y con control… hay vida?
Khubilai cerró los ojos, respiró… y soltó una carcajada por primera vez en semanas. La ciudad cobró movimiento.
Teodora apareció en una llanura de relojes rotos flotando en el aire. Lucasta estaba a su lado, pero en silencio.
—¿Qué es lo que más temes perder? —preguntó el viento.
La imagen de todos sus compañeros cruzó su mente. Atenea, firme. Manco, leal. Khubilai, calculador. Lucasta, brillante. Todos habían llegado a significar algo más allá de la misión.
—Lo que temo perder… es el tiempo que aún no he vivido con ellos.
Una lágrima surcó su mejilla, y todos los relojes se rearmaron. La puerta se abrió.
Reencuentro
Volvieron a encontrarse en una plaza que no estaba allí antes. Cronomos los esperaba con una tetera llena de vapor púrpura y cinco tazas flotando.
—Cada uno ha recordado lo que el tiempo suele robar: la verdad de lo que uno es —dijo con solemnidad—. Ahora pueden pasar. Pero recuerden: el tiempo no es enemigo… es un espejo travieso.
—¿Y qué hay del reloj sin manecillas? —preguntó Teodora.
—Ese... es el corazón. Late cuando quiere.
La ciudad entera pareció asentir. Las torres dejaron de girar. Las sombras se alinearon por un instante. El aire se llenó de campanadas que no venían de ningún lugar… y de todas partes a la vez.
Los cristales flotantes descendieron una vez más, formando un nuevo camino hacia el núcleo de Britomartis, donde los rumores hablaban de una figura encapuchada que tejía hilos de destino en una sala sin puertas.
Lucasta rozó la mejilla de Teodora, y transmitió una sola palabra:
“Madre.”
Teodora palideció, pero no dijo nada. Solo asintió, comprendiendo que su viaje acababa de girar una vez más sobre su eje.
Y así, dejando atrás el laberinto y al guardián sin tiempo, los héroes avanzaron hacia la siguiente verdad… donde la luz y la oscuridad no se ocultan, sino que se entrelazan como los hilos de un reloj sin manecillas.
¡Hasta aquí llegamos con éste capítulo de esta Historia de Aventuras!
Espero que les haya entretenido y esperen con ansias el próximo capítulo la semana que viene.
Muchas gracias por su tiempo y apoyo,
Los estaré viendo cada semana con un capítulo nuevo.
🌸Persephone
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