🌸 Muy buenas tardes, ¡bienvenidos a un nuevo capítulo de mi historia, "La Última Sanadora"!
Soy Persephone, y hoy tengo el placer de presentarles el capítulo cuarenta y tres que se enfoca en Teodora, sus aventuras y su evolución para convertirse en la más destacada curandera de los últimos tiempos.
¡Acompáñenme en este emocionante capítulo!
🌸 Resumen del anterior capítulo: “La Batalla Final: La Reina del Vacío (parte II)”
La luz que brota de Teodora marca un renacer no solo físico, sino espiritual. Impulsada por Lucasta y el poder ancestral de los dragones, despierta la Conexión Solar, una manifestación pura de amor y equilibrio. Esta nueva fuerza no solo la restaura, sino que también purifica y fortalece a todos sus aliados, preparándolos para un ataque conjunto contra Himiko.
Teodora, convertida en un faro de energía, proyecta hilos de luz que sanan, armonizan y devuelven propósito a cada héroe. Inspirados, Manco Cápac, Carlomagno, Alejandro, Khubilai Kan, Atenea, Loki, Nueve Colas y Fu Fei se lanzan en una ofensiva sincronizada, una danza de luz contra la oscuridad.
Himiko, por primera vez, duda. Su esencia tiembla al enfrentar la pureza del amor y la unidad. Sin embargo, su poder aún amenaza con desgarrar la realidad. Para sellarla, los héroes deben unirse más allá de lo físico: comparten sus almas, emociones y memorias con Teodora, quien canaliza todo en un último acto de armonía.
Al declarar cada uno su propósito —vida, esperanza, amor, libertad, entre otros—, invocan un pilar de luz que finalmente sella a Himiko.
La batalla termina. El mundo está herido, pero la oscuridad ha sido contenida. Teodora cae de rodillas, agotada pero viva, con Lucasta a su lado. Aunque el conflicto ha cesado, su historia como portadora de luz apenas comienza.
🌸 Capítulo 43: “Las Cenizas del Oeste”
El sol aún no asomaba cuando los pasos del grupo crujieron sobre la escarcha del camino. Habían viajado sin descanso durante tres días desde su promesa bajo el cielo estrellado. La tierra del oeste se extendía ante ellos como un libro cerrado, polvoriento y marcado por la ausencia de esperanza. Teodora guiaba con paso firme, con Lucasta envuelta en su manto, observando con ojos curiosos los campos marchitos y los árboles sin canto.
—Dicen que antes, en esta región, los sauces cantaban al amanecer —murmuró Khubilai Kan, su mirada fija en un lago seco—. Ahora solo escucho el eco del silencio.
Atenea asintió con gravedad. Su escudo, que antes solo brillaba en batalla, resplandecía ahora como un faro constante, guiando a quienes buscaban refugio. A su lado, Manco Cápac caminaba en silencio, una mano tocando el mango de su espada, como si sintiera que algo estaba por suceder. Sentía que algo bajo sus pies dormía... O esperaba.
Cuando llegaron a Endrop, una aldea arrasada, encontraron solo ruinas y cenizas. No por fuego, sino por algo más oscuro: desesperanza. No quedaba alma alguna, pero en las paredes derruidas aún podían leerse inscripciones talladas con dedos temblorosos:
"Nos llevaron al Olvido. Que algún día alguien nos recuerde."
Lucasta gimió suavemente y un destello dorado iluminó los restos. Donde sus lágrimas tocaron las piedras, surgieron brotes pequeños. Vida. Teodora bajó la vista hacia su pequeño compañero.
—Ella no solo irradia luz —dijo—. Está hecha de memoria.
Más al oeste, en un viejo monasterio semi hundido entre lodo y musgo, el grupo encontró señales de algo más: un símbolo grabado en sangre seca, oculto en los vitrales rotos. Una figura alada, con los ojos vendados y cadenas en los brazos. Atenea lo reconoció al instante.
—Morvaria, la Devoradora del Juicio.
Khubilai frunció el ceño.
—¿No fue sellada en el Exilio de las Mil Voces?
—Lo fue —respondió Atenea—. Pero el exilio está debilitándose. Cada vez que derrotamos a una Oscuridad, otra encuentra un resquicio por donde regresar.
—¿Y este lugar…? —preguntó Manco, apuntando al altar con grietas negras como abismos.
—Era un santuario de la luz —respondió Teodora, sus ojos ahora encendidos con una mezcla de ira y compasión—. Fue corrompido. No por poder... sino por abandono.
Esa noche, acamparon bajo los restos del campanario. Lucasta durmió sobre una pila de hojas que Khubilai reunió, mientras sus lobos espirituales patrullaban alrededor, como niebla inquieta. Atenea pulía su escudo, y Manco Cápac cantaba una antigua melodía en quechua, una plegaria a los espíritus tutelares.
Pero el viento cambió.
Una figura se dibujó entre la bruma. Flaca, con las costillas marcadas, una venda cubriéndole los ojos y alas grises de plumas caídas. Tenía cadenas rotas colgando de sus brazos. No caminaba. Flotaba.
—Soy testigo del juicio que nunca llegó… —dijo con voz que era susurro y trueno a la vez.
Teodora se levantó. Lucasta despertó y se escondió tras ella, su luz ahora tenue.
—¿Eres Morvaria?
La figura sonrió con tristeza.
—Fui. Ahora soy solo un fragmento. Pero donde hay fragmentos... puede haber despertar.
Sin previo aviso, lanzó una ráfaga oscura hacia el grupo. Atenea la desvió con su escudo, Mancose puso delante de Teodora, levantando su espada para protegerla de cualquier daño y Khubilai llamó a los lobos con un silbido. El combate fue breve, pero intenso.
Cada golpe que daban no hería a Morvaria... sino al dolor que ella representaba. Teodora en poco tiempo lo comprendió.
—¡No luchen contra ella! ¡Escúchenla!
Morvaria cayó al suelo, exhausta. Su forma parpadeaba entre sombra y luz.
—Yo fui un ángel de la justicia —murmuró—. Pero cuando los hombres dejaron de creer en la redención… me convertí en castigo. Y este lugar me alimentó durante siglos. Solo pido… descanso.
Lucasta se acercó. Tocó su frente con el hocico. Un brillo cálido envolvió a Morvaria, que suspiró por primera vez en milenios. Luego, simplemente desapareció, como polvo llevado por la brisa.
Al día siguiente, el santuario había cambiado. Las piedras estaban limpias. Las estatuas rotas fueron restauradas como por arte de magia. Las cenizas de Endrop flotaron hacia el cielo, como si los recuerdos, finalmente, pudieran ser liberados.
—Hemos liberado algo más que un espíritu —dijo Atenea, observando el amanecer—. Hemos despertado la fe dormida.
—Y también hemos visto cómo la justicia se corrompe cuando se olvida la compasión —añadió Manco.
Khubilai asintió.
—Es tiempo de que los pueblos olvidados sepan que aún hay quienes caminan por ellos.
Teodora abrazó a Lucasta.
—Seguimos caminando. Porque mientras quede una chispa de oscuridad…
Lucasta chilló de nuevo, alegre. Una nueva ruta se abría ante ellos. Más al Oeste, un río sagrado esperaba. Y al otro lado, se decía, una ciudad que jamás duerme, donde la luz es moneda, y la oscuridad... ley.
El viaje apenas comenzaba.
¡Hasta aquí llegamos con éste capítulo de esta Historia de Aventuras!
Espero que les haya entretenido y esperen con ansias el próximo capítulo la semana que viene.
Muchas gracias por su tiempo y apoyo,
Los estaré viendo cada semana con un capítulo nuevo.
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