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“La Batalla Final: El Umbral de la Condesa (parte III)” [Capítulo 42] Las Aventuras del Conquistador - Infinity Kingdom

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Article Publish : 04/05/2025 10:15
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Las Aventuras del Conquistador

🌸 Muy buenas tardes a todos, ¡bienvenidos a un nuevo capítulo de esta fascinante historia!

Les habla Persephone, y hoy tengo el placer de presentarles el capítulo cuarenta y dos de Las Aventuras del Conquistador. En esta entrega, nos centraremos en Alejandro Magno y en su evolución hacia una figura legendaria.

¡Prepárense para sumergirse en su épico viaje!


Resumen del capítulo anterior:La Batalla Final: El Umbral de la Condesa (parte II)

La Última Sanadora

El enfrentamiento final contra Isabela Bathory comienza en medio de un huracán de oscuridad que distorsiona la realidad. La condesa invoca criaturas sombrías nacidas de su aliento, y el grupo de héroes resiste como puede. Atenea crea una barrera de luz, Loki revela que las criaturas son ilusiones, y Khubilai Kan lanza un ataque directo, logrando herir levemente a Isabela.

Mientras tanto, Deméter está encadenada en lo alto por sombras formadas de recuerdos dolorosos. Carlomagno la ayuda a liberarse con palabras de aliento y energía luminosa, y ella despierta con un rugido, destruyendo sus ataduras con fuego púrpura.

Isabela, irritada, invoca a su “Campeón de la Noche”, un titán gigantesco de sombras. Manco Cápac, Lucasta y Alejandro luchan juntos para frenar su avance, hiriéndolo gravemente. Teodora, entendiendo que Isabela es la clave, comienza un conjuro antiguo con la ayuda de Lucasta. El grupo la protege mientras la luz de Teodora crece, debilitando visiblemente a Isabela.

Loki encierra a la condesa en espejos ilusorios que reflejan sus versiones derrotadas, afectándola psicológicamente. Aprovechando la distracción, Teodora lanza una columna de luz pura que destruye al Campeón de la Noche y hace caer a Isabela. Sin embargo, esta no ha sido derrotada aún.

En un último acto, Isabela se fusiona con la oscuridad, adoptando una forma demoníaca con alas de sombra, una máscara de hueso y una espada de fuego negro. Justo cuando todo parece culminar, aparece una figura misteriosa: Nueve Colas, la maestra espiritual de las pruebas pasadas, que confirma que el momento decisivo ha llegado.

Este capítulo marca el clímax de la batalla contra Isabela y la transición hacia su forma final, anunciando el verdadero desenlace de la historia.


Capítulo 42: “La Batalla Final: El Umbral de la Condesa (parte III)”

El cielo, todavía desgarrado por los últimos estertores del Campeón de la Noche, se agitó como una herida abierta que se negaba a cerrarse. De pronto, un estremecimiento recorrió la bóveda celeste, y el firmamento pareció responder a una llamada ancestral. Un haz plateado descendió en espiral, cruzando las nubes negras como una lanza de seda afilada. Donde tocaba la luz, las sombras retrocedían aullando, silbando como si su propia esencia se estuviera evaporando. El viento se curvó ante aquella presencia, reconociendo su origen.

En lo alto, sobre un campo devastado por fuego y oscuridad, flotaba Isabela. Su cuerpo, ahora incorpóreo, era un remolino de alas negras, humo sangriento y fuego oscuro. Su armadura de hueso flotaba alrededor de su silueta como una corona de muerte, y la hoja que empuñaba, forjada en el corazón del abismo, palpitaba con odio puro. Su voz no era una sola, sino muchas: un eco múltiple que reverberaba como si muchas Isabela hablaran al mismo tiempo, cada una proveniente de un plano distinto de condenación.

Has llegado tarde, espíritu lunar —declaró, con voz amarga y triunfante—. Tus discípulos caerán… y tú los seguirás.

Desde el borde del campo, la figura de Nueve Colas emergió caminando lentamente, cada paso trazando patrones de estrellas sobre la tierra manchada. Su capa, hecha de tela estelar, ondulaba como si flotara en el vacío del cosmos, y sus nueve colas resplandecían con la luz de galaxias dormidas. En sus ojos dorados no había miedo, sino una calma indomable, el tipo de serenidad que solo posee quien ha visto mil auroras y mil crepúsculos sin perder la esperanza.

—La luna no se oculta ante la noche —respondió, con voz suave como el rocío—. Solo aguarda el momento preciso para iluminar lo que se esconde.

Y sin más palabras, las dos titanas chocaron.

El cielo se rasgó. La tierra gimió. Una onda expansiva surcó el aire, derribando árboles, lanzando héroes y enemigos por igual. Isabela se precipitó como una tempestad, su espada girando y dividiéndose en látigos, lanzas, cuchillas que quemaban al contacto. Cada golpe iba cargado de siglos de odio. Nueve Colas, sin embargo, no peleaba: danzaba. Cada cola se movía con precisión divina, trazando constelaciones en el aire, desviando la muerte con una elegancia feroz.

¡Te arrancaré de este mundo como lo hice con otros! —rugió Isabela, su rostro deformado por la furia.

La luna no teme a la oscuridad —dijo Nueve Colas sin perder la compostura—. La transforma.

Abajo, entre los escombros, Teodora yacía de rodillas, el cuerpo temblando, las manos aún extendidas desde el último conjuro. La columna de luz que había invocado para sellar al Campeón de la Noche no solo había consumido su energía; había tocado su alma. Su rostro, perlado en sudor, estaba pálido como la ceniza. Manco Cápac la sostenía, acariciando su mejilla con ternura, la angustia en su mirada ocultando mal la desesperación.

No puedes caer ahora… —susurró, su voz quebrándose.

Zenobia y Fu Fei corrieron hasta ella. Las dos curanderas se arrodillaron sin dudarlo, rodeándola como escudos vivos.

Toma lo que necesites —dijo Zenobia, apretando los dientes—. Usa mi fuerza. Usa mi fuego.

Fu Fei colocó sus dedos largos y delicados sobre la espalda de Teodora, cerrando los ojos. Una brisa cálida, como la de una primavera que brota después de un largo invierno, fluyó desde su ser.

No solo la fuerza cura… también la esperanza —susurró.

La energía entre ellas se volvió un puente, un lazo invisible entre almas que creen. Teodora respiró con dificultad, y poco a poco, sus ojos se abrieron, reflejando un nuevo resplandor, tenue pero constante.

Gracias… —murmuró—. Pero aún no hemos terminado.

A unos pasos, Carlomagno y Alejandro Magno observaban el duelo entre Isabela y Nueve Colas. Deméter, el dragón dorado, seguía humeante, con la mirada alerta, protegiendo a su compañero. El león guardián de Alejandro rugía en voz baja, agazapado. Khubilai, Atenea y Loki se habían formado en círculo alrededor de las curanderas, como estrellas alrededor de un sol herido.

¿Qué hacemos? —preguntó Alejandro, espada en mano, el cuerpo tensado.

No interferimos —dijo Loki, con los ojos clavados en la batalla celestial—. Ese duelo está más allá de nuestro alcance… pero si Nueve Colas cae, no habrá segunda oportunidad.

En el cielo, Isabela giraba como una tormenta sin fin, lanzando oleadas de oscuridad. La espada se fragmentaba en formas cambiantes: látigos que devoraban la luz, cuchillas que atravesaban el viento, lanzas que desgarraban el espacio. Pero Nueve Colas seguía danzando entre los ataques, las colas girando como órbitas vivas, cada paso una nota en una sinfonía cósmica.

¡Te ahogaré en la oscuridad que me dio vida! —bramó Isabela.

La luna no se ahoga —respondió Nueve Colas, su voz un susurro que se sentía en el alma—. Ella guía al océano.

Y entonces, todo se detuvo.

Nueve Colas alzó ambas manos. Un círculo de plata líquida apareció bajo sus pies, girando como un eclipse inverso. Desde lo alto, entre las nubes, un símbolo antiguo se encendió: el sigilo de la armonía, el emblema del equilibrio entre la luz y la sombra.

Por los que buscan redención… —susurró—. Por los que aún creen.

Una esfera de energía lunar se formó frente a ella. No era fuego. No era castigo. Era comprensión. Era amor. Era todo lo que la oscuridad no podía comprender, ni destruir.

La lanzó.

La esfera voló en silencio, y al impactar a Isabela, el mundo contuvo el aliento. No hubo explosión, ni luz cegadora. Solo silencio.

Isabela flotó inmóvil. Sus ojos se abrieron con sorpresa. La máscara de hueso cayó en pedazos. Las alas se disolvieron como humo. Su espada cayó en una lluvia de ceniza. Y luego, gritó.

No de dolor.

Sino de rabia.

¡No he terminado! ¡Aún… aún puedo...!

Pero no pudo.

Su cuerpo comenzó a deshacerse, no en fuego, sino en una lluvia de lágrimas negras, como si el mundo llorara su caída… o su redención.

El campo quedó en silencio.

Solo se oía la respiración temblorosa de los héroes. Solo danzaba la luz lunar sobre los árboles y las piedras. Los cuervos que antes se alzaban en los cielos se habían desvanecido. La noche misma parecía haberse rendido.

Lo logramos… —susurró Zenobia, la voz quebrada por la emoción.

Nueve Colas descendió lentamente, rodeada aún de su aura plateada. Se arrodilló junto a Teodora, colocándole una mano en el pecho.

Eres fuerte, Guardiana —dijo con una sonrisa serena—. Pero necesitarás tiempo para sanar.

¿Hemos vencido a tiempo? —preguntó Fu Fei, esperanzada, con lágrimas brillando en sus ojos.

Nueve Colas alzó la vista hacia el cielo, que ahora mostraba una luna temblorosa, como si sintiera algo más allá del campo de batalla.

Isabela ha caído… sí. Pero el corazón del abismo aún late. Y su reina...

Entonces se oyó.

Una risa.

Lejana.

Antigua.

Inquebrantable.

Era femenina. Era oscura. Y no tenía principio ni fin. No era una risa natural. Era la risa de algo que no había nacido, porque siempre había estado allí. Algo que no había sido vencido… aún.

Himiko… —susurró Loki, con el rostro blanco como la nieve.

La luna tembló.

Por primera vez en siglos.

Y todo volvió a oscurecerse.






¡Hasta aquí llegamos con este capítulo!

Espero que les haya gustado.



Información Importante

Desde ahora los grupos estarán peleando unidos para la batalla final contra Himiko hasta que la Gran Batalla finalice. Así que el orden semanal será siempre primero el capítulo de La Última Sanadora, y cómo siguiente Las Aventuras del Conquistador.

Una vez terminada, cada grupo partirá con su siguiente aventura. 




Muchas gracias,

Los estaré viendo cada semana con un capítulo nuevo de mi historia.

🌸Persephone



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- Infinity Kingdom / 無盡城戰

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