
🌸 Muy buenas tardes, ¡bienvenidos a un nuevo capítulo de mi historia, "La Última Sanadora"!
Soy Persephone, y hoy tengo el placer de presentarles el capítulo setenta y uno que se enfoca en Teodora, sus aventuras y su evolución para convertirse en la más destacada curandera de los últimos tiempos.
¡Acompáñenme en este emocionante capítulo!
🌸 Resumen del anterior capítulo: “El Corazón del Hielo”
En el Reino del Hielo Silente, el grupo avanza por un paisaje cristalino donde el sol parece dormido y el hielo respira como un ser vivo. Teodora percibe una vibración antigua que responde a su propia energía interior, hasta que una grieta se abre en la distancia, revelando a un ser atrapado bajo el hielo: un Guardián cubierto de escamas luminosas. Sin dudar, Teodora decide sanarlo a pesar del riesgo, liberando una energía ancestral que conecta su don de curación con el latido mismo del mundo. Su poder restaura la vida del Guardián, pero también despierta algo que dormía bajo las profundidades.
El ser revelado explica que fue uno de los Guardianes del Equilibrio, encargado de custodiar el límite entre el hielo y el fuego. Con su despertar, advierte al grupo que los antiguos pactos entre los dioses y las fuerzas del mundo han sido perturbados: el corazón de la tierra vuelve a recordar. Teodora descubre que su poder no solo cura seres vivos, sino que también puede reactivar memorias dormidas del propio mundo. Sin embargo, ese don tiene un precio: cada sanación puede acercar el regreso de aquello que los dioses sellaron hace eones.
Cuando las sombras emergen del hielo, Teodora canaliza su energía para contenerlas y restablecer el equilibrio. Su luz purifica el terreno, y el Guardián reconoce en ella una sanadora destinada a curar la herida del mundo con verdad y comprensión, no con fuerza. Al desaparecer, deja una escama luminosa como guía. El grupo continúa su marcha hacia el norte, comprendiendo que su misión ha cambiado: ya no solo deben combatir la oscuridad, sino restaurar el equilibrio mismo de la creación. Teodora, con la escama en sus manos, acepta su llamado como la sanadora del mundo.
🌸 Capítulo 71: “La Fortaleza de los Ecos”
El viento del norte soplaba con una intensidad creciente, arrojando partículas de hielo que cortaban la piel como fragmentos de vidrio. El grupo avanzaba con dificultad sobre una extensión blanca sin fin, donde el horizonte se confundía con el cielo. Solo la escama azul en manos de Teodora brillaba como una brújula viva, señalando un rumbo que cambiaba cada cierto tiempo, como si algo debajo del hielo respirara y alterara la dirección.
Khubilai Kan marchaba al frente, la mirada fija y la mano sobre el pomo de su espada. No había perdido la costumbre de leer el terreno, aunque allí no hubiese arena ni piedra que contarle historias. Sin embargo, cada grieta en el hielo, cada silbido del viento, le hablaban en un idioma que aprendía con rapidez.
—No es solo el frío lo que se mueve —dijo, con voz grave—. Algo viaja con nosotros, bajo el hielo.
Lucasta emitió un rugido bajo, casi un gemido profundo, como confirmando su sospecha. Manco Cápac desenfundó lentamente, observando cómo la superficie se agrietaba en círculos concéntricos. Atenea extendió su escudo, y la luz reflejada del hielo formó un arco brillante a su alrededor.
—Esto no es una emboscada —advirtió—. Es un aviso.
Teodora alzó la escama, que vibró suavemente. —El Guardián me habló de raíces de sombra… quizás esto sea una de ellas.
Khubilai no esperó más. Golpeó el suelo con la empuñadura de su espada. El sonido viajó como un trueno contenido. Por un instante, el silencio se rompió: el hielo se abrió de golpe, revelando una grieta profunda de la que emergieron figuras negras, translúcidas, como guerreros formados de agua congelada. Tenían armaduras de escarcha y ojos vacíos, guiados por un eco antiguo.
—¡Formación de defensa! —ordenó Khubilai, girando su espada y adoptando postura de mando.
Lucasta se alzó en el aire, exhalando una llamarada azul que iluminó el campo. Las criaturas se disolvieron parcialmente con el calor, pero pronto se reagruparon, reconstruyendo sus cuerpos con los fragmentos del hielo.
—No tienen alma —dijo Atenea, golpeando con su lanza—. Solo reflejan nuestra presencia.
—Entonces los romperemos —gruñó Manco—. Aunque se reconstruyan mil veces.
Khubilai observó con atención. Había algo en el ritmo de sus movimientos, algo que no encajaba con un simple ataque. Las criaturas no atacaban al azar: se movían en patrones, como guardianes cumpliendo un ritual.
—No ataquen todavía —ordenó—. Dejad que muestren su centro.
El grupo retrocedió, formando un semicírculo. Teodora colocó su báculo en el suelo y extendió un campo de luz débil, lo justo para revelar los movimientos del enemigo sin provocarlos. Y entonces lo vio: en medio de las criaturas, un círculo de hielo más oscuro giraba lentamente. Un sello.
—Allí —señaló Khubilai—. Ese es el corazón de su llamada.
Sin pensarlo dos veces, corrió hacia el centro. Cada paso hacía crujir el suelo. Las criaturas se abalanzaron sobre él, pero Khubilai giró la espada, liberando una onda cortante que las fragmentó en múltiples reflejos. El hielo bajo sus pies tembló, y el sello oscuro empezó a brillar con símbolos arcanos.
Lucasta descendió con un rugido ensordecedor, lanzando una llamarada que derritió parte del círculo, pero algo debajo del hielo rugió con furia. Un brazo gigantesco, hecho de cristal helado, emergió, golpeando con tal fuerza que la superficie se quebró como un espejo. Khubilai cayó, rodando por la pendiente de la grieta hasta quedar colgando sobre un vacío luminoso.
—¡Khubilai! —gritó Teodora, corriendo hacia él.
Pero él levantó una mano, sujetándose con la otra del filo del hielo.
—¡No te acerques! —advirtió—. Hay algo… vivo aquí abajo.
Desde la profundidad, un ojo inmenso se abrió: iris blanco, pupila azul, rodeado de filamentos que parecían nervios congelados. El aire se volvió más denso; el hielo comenzó a derretirse alrededor del ojo, revelando una forma titánica. Una voz resonó en sus mentes, no con palabras, sino con vibraciones puras.

«El que interrumpe el sueño del mundo… se une a su latido o es devorado.»
Khubilai respiró hondo. Había enfrentado ejércitos y demonios, pero nunca algo tan vasto. Su instinto no era huir, sino entender.
—Si el mundo tiene un corazón —dijo, mirando hacia abajo—, entonces también necesita un guardián que lo escuche.
Soltó la espada, clavándola en el hielo para que el sonido descendiera. La vibración viajó como una respuesta, y el ojo titánico parpadeó. Una serie de ondas recorrieron el vacío, transformando las criaturas de hielo en fragmentos que comenzaron a girar en espiral, como siguiendo un llamado.
Teodora comprendió. —¡Está comunicándose contigo! Tu espada… resuena con su pulso.
Khubilai cerró los ojos. Dejó que el sonido lo envolviera, sintiendo el ritmo profundo del hielo. No era un enemigo: era una conciencia atrapada, confundida por los ecos de antiguas guerras.
—No somos destructores —murmuró—. Venimos a restaurar lo que se quebró.
El hielo respondió con un rugido bajo, y una corriente de energía ascendió por la grieta. Las criaturas se disolvieron definitivamente, absorbidas por la luz que brotaba del sello. El ojo se cerró lentamente, y la grieta comenzó a sellarse, dejando a Khubilai de rodillas, jadeante, con la espada aún vibrando.
Atenea se acercó y lo ayudó a ponerse de pie. —Lo hiciste responder. No con fuerza… sino con respeto.
Él asintió, mirando su arma. —Los guerreros también podemos escuchar. A veces, esa es la batalla más difícil.
Lucasta se posó junto a ellos, agachando la cabeza y plegando las alas. Su mirada dorada se detuvo en Khubilai, como aprobando su decisión. El vapor cálido que exhaló se mezcló con la bruma del amanecer, y el grupo sintió un momento de calma, como si el dragón comprendiera que el equilibrio había sido restaurado, aunque solo por ahora.
Teodora observó la escama azul, que ahora brillaba más intensamente. —Nos está guiando hacia un lugar donde los ecos se originaron. Más al norte… donde la fortaleza antigua del hielo aún resiste.
Manco frunció el ceño. —¿Fortaleza?
—El Guardián del Hielo la llamó Nivraen, la Ciudad del Primer Silencio —respondió Teodora—. Allí se selló el pacto que los dioses rompieron.
Khubilai envainó su espada y se adelantó. —Entonces iremos allí. No como invasores, sino como quienes buscan respuestas. Si el hielo tiene memoria, quiero escucharla antes de que hable a través del caos.
El grupo emprendió la marcha una vez más. A medida que avanzaban, el paisaje comenzó a cambiar: de la planicie blanca surgían estructuras antiguas, obeliscos y muros semiocultos, cubiertos por capas de escarcha que brillaban con símbolos dormidos. El aire estaba cargado de energía; los ecos del pasado susurraban nombres olvidados.
Cuando alcanzaron la entrada de un arco de hielo que marcaba el comienzo de la fortaleza, un murmullo profundo los envolvió. Las paredes mismas parecían respirar, y una voz múltiple resonó en el interior:
«Quien escuche el eco, deberá recordar su origen… o perderse entre los reflejos.»
Khubilai levantó su espada, cuya hoja aún vibraba con el pulso del hielo.
—Entonces recordaremos —dijo, dando el primer paso dentro de la fortaleza—.
Porque si el mundo está despertando, será mejor que sepa quiénes caminan sobre su corazón.
¡Hasta aquí llegamos con éste capítulo de esta Historia de Aventuras!
Espero que les haya entretenido y esperen con ansias el próximo capítulo la semana que viene.
Muchas gracias por su tiempo y apoyo,
Los estaré viendo cada semana con un capítulo nuevo.
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